Contra todo pronóstico, el Banco Central Europeo bajó ayer los tipos de interés oficiales al 0,25%, la tasa más baja en la historia del euro. Los mercados no se esperaban la medida, no porque sea inadecuada, sino porque el ambiente no parecía propicio. Con una inflación históricamente baja, situada en el 0,7%, una recuperación baja, desigual y tan prolongada que amenaza con transformarse en estancamiento, unas tasas de desempleo altísimas y un euro que cambiaba a 1,35 dólares, la autoridad monetaria contaba con todos los elementos necesarios para reducir el precio del dinero, un método clásico para tratar de estimular la actividad. El FMI aplaudió inmediatamente.

La decisión se tradujo en una depreciación de la divisa europea y una reducción de las primas de riesgo. Ahora habrá que ver cómo el abaratamiento del coste del dinero repercute en la deuda de las familias, que será más llevadera, y en la morosidad, que debería bajar. En pura teoría debería facilitar el crédito, pero eso no depende solo de los tipos, sino que tiene mucho que ver con la situación interna de los bancos.

Mario Draghi acaba de cumplir dos años al frente del BCE, un periodo en el que ha demostrado que su nombramiento no fue un error. Su paso por Goldman Sachs como presidente europeo había levantado ciertos recelos, pero las decisiones que ha tomado han sido acertadas. La primera de ellas íla más sonadaí fue la famosa frase del 26 de julio del 2012 en la que manifestó su disposición a dar apoyo total al euro. Aquello cortó con los feroces ataques de que estaba siendo objeto la moneda europea y que se encarnizaban en algunos de sus países miembros, como España.

Ahora, Draghi vuelve a demostrar más arrojo, rapidez e independencia que sus predecesores en el cargo. Su decisión deja a las claras que tiene su propia visión de las cosas y de las políticas a aplicar. La economía alemana no necesita tipos más bajos. Al contrario, casi le iría bien subirlos un poco para remunerar mejor a sus ahorradores, y el Estado ya casi se financia gratis. La filosofía del Bundesbank es que unos tipos bajos pueden retrasar las reformas estructurales necesarias y, además, introducen riesgos de estabilidad financiera. Unas tesis que por una vez no han triunfado en el seno del BCE.