En medio de la contaminante y omnipresente atención mediática a la situación en Cataluña, hemos vivido esta semana la salida de Mario Draghi como presidente del Banco Central Europeo. Tiene cierta lógica que se le haya prestado una menor atención, aunque quizá sea excesivo el escasísimo eco que el final de su mandato está teniendo en España. Desde luego, por lo que ha representado el paso del italiano en la definición de nuestra situación actual. Pero especialmente por el impacto de su (posible) legado.

Es difícil realizar ahora un análisis inmediato y ajustado de su mandato y de la herencia que deja a Lagarde. En parte, porque los efectos de su política monetaria y fiscal están todavía por definirse y tardarán años en evaluarse correctamente. Sobre todo porque sería un error medir exclusivamente las decisiones y medidas, obviando el innegable perfil político que Draghi se ha visto a adoptar y con el que ha pertrechado a la institución comunitaria. Sin ello, la imagen estaría incompleta.

Han pasado más de siete años del famoso discurso que articuló la salvación del euro («haré lo que sea necesario»). Nuestra moneda común estaba lejos de poder confiar su supervivencia a la salvaguarda de una clase política que bastante tenía con calmar a sus votantes y entender lo que estaba pasando. La posición del romano ese día fue política, algo ajeno al cargo.

Lo cierto es que la frase encierra dos de sus grandes aciertos. Entre la contundente declaración y el inicio de la toma efectiva de medidas de relajación monetaria pasaron casi tres años. La firmeza de Draghi en defensa del euro, sin embargo, consiguió calmar a unos mercados que no creían en la viabilidad de la moneda y evitó mayor presión sobre la deuda de los llamados «PIGS» (Portugal, Italia, Grecia y España). Draghi entendió que, en tiempos convulsos, de hiperinformación y por tanto de reacciones cuasi inmediatas, la comunicación era un arma. Y no una más, sino un mecanismo realmente poderoso. Como después siguió probando en sus habituales ruedas de prensa, con mensajes incluso dirigidos a la oposición dentro del propio banco central.

Acertó igualmente en apartarse de la ortodoxia del mandato del BCE. Entendió que su misión no se limitaba al control de la inflación (de hecho, no cumplido) y se apartó del «dogma» que se supone para un banquero central y se adentró en el terreno político. Eso condujo sus actuaciones más allá de lo reglado, absorbiendo deuda de los países miembros y llevando los tipos de interés reales al cero. La realidad es que Draghi evitó más desahucios y mayores recortes que cualquier político que pretende arrogarse esa condición en Europa. Esa comprensión de los tiempos difíciles y su voluntad de actuar más allá del marco dado (y del corto plazo), sitúan a Draghi en su adiós como uno de los principales arquitectos de la unión de Europa. En su haber, la construcción de consensos, desde los limitados resortes del sistema financiero, frente a una inercia alarmista que abogaba por un retorno (nacionalismo) o una ruptura (populismo).

Sus críticos -abundantes y muy dispares-- señalan sus errores a menudo sin contemplar las alternativas con profundidad de campo con las que las trató Draghi. Pero no están tampoco errados en poner en cuestión la falta de decisión en la consolidación de la banca europea (no sabemos si aún hay «zombis» entre nuestras entidades), el excesivo tamaño del balance del BCE (una enorme bola de deuda) o la carga a los futuros contribuyentes. Incluso no haber optado por medidas aún más audaces, evitando canalizar la «impresión» de dinero a través del sistema bancario.

Es complicado saber en este momento si todas esas críticas están completamente fundadas. El tiempo será mejor juez. En realidad, es el reverso de algunos de sus aciertos lo que cabe poner en el debe del italiano. Su perenne insinuación de que sus medidas monetarias no surtirían el adecuado efecto sin la disciplina fiscal de los gobiernos y sin aumentar el déficit público se ha quedado como un pescozón de monja. Ningún gobierno ha seguido la senda de sus advertencias, pero no han dudado en beneficiarse de las ventajas de la relajación monetaria.

Draghi sabía que la política monetaria servía para controlar los excesos partidistas que sacuden Europa. Aún sabiendo que su «otro» terreno de juego era político optó por facilitar al rival el mejor terreno de juego. Y eso, Mario, no lo contó nunca.

*Abogado. Especialista en finanzas.