Cuando ya estábamos todos con la cara pegada al suelo, cuando pensábamos que en política no se podía caer más bajo, llega el debate entre marquesas y terroristas. Cuando todavía estábamos refregándonos los ojos con los dos puños cerrados, incrédulos por la bronca política que había acontecido entre sus señorías Cayetana Álvarez de Toledo y Pablo Iglesias en medio de una pandemia donde hay lo menos 30.000 muertos, asistimos al debate entre golpistas y marxistas y al cruce de declaraciones del ‘esto es intolerable’ y ‘cierre la puerta al salir’ esta vez entre Pablo Iglesias e Iván Espinosa de los Monteros. Para más inri, el contexto, primero en una sesión parlamentaria y después en medio de la comisión creada en el Congreso de los Diputados para organizar la salida económica de la crisis. ¿Qué dirá la gente corriente? Y lo peor: ¿Qué pensará Alemania o el resto de países de Europa, que nos van a dar dinero por la cara para salir del agujero, cuando presencien semejante espectáculo? Que con estos no vamos ni a la vuelta de la esquina. Y será lo normal.

Dije a finales de marzo, cuando la pandemia nos acechaba y la gente temía lo peor aun sin saber que, en realidad, lo que se presentaba iba a rebasar con creces la más grave de las previsiones, que de esta crisis no se iba a salir siendo mejores personas. Los optimistas siempre piensan que de las situaciones difíciles se puede sacar algo bueno. Consideran que una situación extrema, con miles de muertos y ataúdes a mansalva, doblega a todo el mundo disponiéndoles hacia la buena voluntad. Digamos que una epidemia que no entiende de condición de ningún tipo genera sociabilidad y empatía hasta el punto de que el sentimiento de grupo se impone sobre todo lo demás, dejando a un lado las diferencias y arrimando el hombro en beneficio de todos.

Pero los realistas no pensamos de esa manera, y menos si partimos de una posición donde los extremos están disparatados, no hay puntos de encuentro. La política de consenso, de diálogo y de pacto se ha ido a la porra en este país. Y el interés por España se ha convertido en algo superfluo. Lo importante ahora es derribar al enemigo o defender la fortaleza, luego ya vendrá todo lo demás. En consecuencia, ahí está la lucha de clases, el marquesado, el terrorista de izquierdas, el golpe de Estado y el ruido de sables que algunos oyen lo mismo que otros predicen la revolución marxista pensando que existe un complot para aprovechar esta coyuntura de inestabilidad e imponer un estado ‘bolivariano’.

He perdido la fe. Creo en la política, pero cada vez menos en los partidos y sinceramente añoro ese pasado no tan lejano cuando el de aquí y el de enfrente eran capaces de cruzar la calle y estrecharse la mano porque había cosas importantes que estaban al margen de la ideología y de la contienda electoral. No sé si la pantomima que presenciamos muchas veces en el Congreso sirve para algo o si es solo exhibicionismo cara a los suyos. Y ni que decir tiene que envidio a esos países que son capaces de encontrar el camino y que, sin ir más lejos en Portugal, aparcan sus diferencias y se ponen manga por hombro a arreglar los problemas.

¿Portugal puede ser España? Me temo que no. Primero porque no tenemos un presidente que vaya en bañador y con el carrito de la compra al supermercado como hace Marcelo Rebelo de Sousa, lo cual dice mucho de los cargos y los remilgos de la clase política española; y segundo porque no veo a la derecha bajando el diapasón de su acoso al gobierno ni a la izquierda dándole a la oposición el sitio que le corresponde. Y la razón, aparte de ideológica, es muy simple: la lucha de poder, tratar de derribar al endeble Ejecutivo conformado en torno al PSOE y Podemos por un lado, y sostenerse haciendo malabares con tal de que no darle un ápice de protagonismo a quien puede ganarte las próximas elecciones por otro.

Un avispero, eso parece la política española hoy día, y por si algo faltaba ha llegado Vox para azuzar al electorado de derechas más extremo y doblegar al PP hacia posiciones más radicales y Podemos para embridar al PSOE hacia políticas más radicales de izquierda. La coctelera presenta una pócima explosiva que si ya la mezclamos con independentistas racionales e irracionales que les importa un bledo España y solo miran por sus respectivos territorios apaga y vámonos.

Qué mal nos lo hemos montado los españoles. Después de estos 40 años de progreso, donde este país ha adquirido unas cotas de bienestar espectaculares tras el trago amargo de la dictadura, nos ha llegado la peor de las pandemias cuando la clase política no está ni se la espera. Muy triste todo.