El proyecto Mars One es un filón periodístico y sociológico. Lo es si consigue su objetivo de enviar a 24 voluntarios a Marte en un viaje sin retorno, y lo es igualmente si todo se queda en un fiasco. Y por lo que he leído recientemente, el asunto apunta en esta última dirección.

El aburrimiento y la imaginación son extraños compañeros de cama. Unos escribimos novelas y otros recogen espárragos del campo, pero además de aburrido e imaginativo hay que ser tremendamente osado para tratar de establecer una sociedad humana en Marte, que sería algo así como el reverso de las comunidades alienígenas que, según afirman algunos iluminados, conviven con nosotros, pobres terrícolas, desde hace décadas. Y esa es precisamente la ocurrencia (enviar humanos a Marte) que tuvo Bas Lansdorp , un investigador holandés cuyo proyecto interplanetario ha recibido no pocas acusaciones de fraude.

Pero, bien mirado, Bas Lansdorp no puede fracasar del todo, pues aunque no logre enviar ni un hámster a Marte, ya ha conseguido incendiar, gracias a la ficción, la mente de numerosas personas tan aburridas como él de habitar este planeta. Sin ir más lejos, un amigo mío, un hombre inteligente y con recursos económicos, me confesó en cierta ocasión que no tendría problemas en participar en el proyecto Mars One si no fuera porque tiene mujer e hijos. (Lo cual viene a demostrar que la familia es el mejor antídoto contra la locura).

Lansdorp no es un estafador sino un visionario, un tipo voluntarioso que mezcla erudición científica con imaginación a raudales con el fin de transgredir los límites de la tosca realidad. Lansdorp es, en fin, el Julio Verne del siglo XXI. Cuando fracase su alucinación y se pierdan los millones de dólares invertidos, algunos exaltados querrán meterlo en la cárcel, pero este servidor, abducido por sus dotes narrativas, propondrá que le concedan el Premio Nobel de Literatura.