No hay duda de que los episodios padecidos por religiosos y fieles católicos a lo largo de los primeros meses de la guerra civil estuvieron marcados por crueldades, torturas y, finalmente, por el asesinato discriminado, intencionado y atroz, que debe merecer la unánime repulsa de la moderna España democrática. Los datos están ahí, y ahí están los ejemplos que se evocaron ayer en la plaza de San Pedro, en la solemne ceremonia de beatificación de 498 mártires, siete de los cuales fueron franciscanos ejecutados en Extremadura en 1936, en una ceremonia a la que asistieron 30.000 fieles.

La sociedad española debe, ante todo, respetar el derecho de la institución eclesial y de los familiares de esos mártires a recordar a quienes murieron a causa de su fe. La Iglesia católica se ha afanado en ese propósito desde 1987, bajo el pontificado de Juan Pablo II.

En esa fecha el papa Wojtila beatificó a 473 religiosos españoles, una buena parte de los que llegaron a los altares a lo largo de su papado. Ahora, Benedicto XVI eleva el número total a casi un millar. En una perspectiva futura, se baraja la cifra de 10.000.

No se trata, sin embargo, de un asunto estrictamente interno, ni de una aséptico recordatorio histórico. La celebración tiene sus luces y sus sombras. Algunas organizaciones católicas se han pronunciado en contra, porque insisten en que solo se han tenido en cuenta los testimonios de religiosos caídos en zona republicana.

Por otra parte, cabe recordar que los procesos de beatificación se enmarcan en un contexto político determinado. Juan XXIII y Pablo VI no fueron partidarios de impulsarlos, y fue solo a partir de la llegada al Vaticano de Juan Pablo II, en un entorno de confrontación con el Gobierno socialista de esa época, cuando la maquinaria se puso en marcha.

Si es cierto, como argumenta Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal, que el derecho a recuperar la memoria histórica es de todos; si es cierta la aseveración de la instrucción pastoral Constructores de la Paz, en el sentido de que "no sería bueno que la guerra civil se convirtiera en un asunto del que no se puede hablar con libertad y objetividad"; si es cierto, en fin, el afán de reconciliación, la Iglesia católica debería también actuar con responsabilidad ante el reto de la sociedad española de revisar el pasado con rigor, reivindicar a todas las víctimas y repudiar a quienes las provocaron o a quienes alentaron y bendijeron la represión.

La posición de la Iglesia y su agresivo entorno mediático sobre la ley de la memoria histórica no deja de contrastar con la legítima reivindicación de sus mártires, algunos de los cuales fueron beatificados ayer en un acto en el que el Papa transmitió un frío mensaje a la nutrida feligresía congregada en la plaza de San Pedro del Vaticano.