Las elecciones legislativas del próximo marzo que Aznar convocará dentro de 10 días pueden conducir, según todos los sondeos previos conocidos hasta ahora, a que el PP, aun ganando en número de escaños, no consiga colocar a Rajoy en la presidencia del Gobierno si no revalida la mayoría absoluta del 2000. Y esto puede llegar a ser así por la política de tierra quemada practicada por Aznar, que ha dinamitado los puentes con los aliados naturales --los nacionalistas vascos y catalanes-- que le permitieron a él obtener la investidura en 1996. Para recuperar esos apoyos, Rajoy deberá abjurar de su compromiso más preciado: continuar a pies juntillas la política de su antecesor. No le bastará con tener otro talante; deberá cambiar de política. Claro que la alternativa a un Partido Popular con mayoría relativa podría tener que construirse, si Rodríguez Zapatero no mejora las expectativas de las encuestas, sobre un conglomerado demasiado heterogéneo en sus programas y aspiraciones como para que resulte prácticamente viable. Pero no es improbable que los socialistas puedan intentarlo de la mano de la izquierda plural y los nacionalistas, y más si CiU decide incorporarse al Gobierno central si se reforma el Estatuto catalán.