Repican puntuales las campanas de la Torre de los Almendros a las ocho de la tarde. Ese sonido, cada 1 de febrero, prende en Almendralejo el fuego que quemará todos los malos espíritus, representados por las «pantarujas» colocadas en lo alto de las candelas repartidas por la ciudad.

A veces estos muñecos son simples alegorías del mal, otras las figuras son claramente identificables. Recuerdo aquella primeras Candelas siempre en mi colegio, un año, supongo que en 1998, quemamos la representación de las terribles riadas de Badajoz. Otro, a finales de los 90 también, la «pantaruja» era ni más ni menos que el dictador chileno Augusto Pinochet, cuando la Justicia española dirimía su detención en base al principio de justicia universal que después quedaría eliminado gracias a nuestros soberanos gobiernos que no querían molestar demasiado al nuevo amigo rico que encontraron en Pekín.

Hoy, décadas después, las «pantarujas» bien pueden seguir representando catástrofes naturales, reforzadas por la mano nociva del Hombre, o a dictadores que intentan no responder por sus crímenes.

Claro que no hace falta vivir en dictadura para que se den genocidios, véase la situación de los rohinyás en Myanmar -antigua Birmania- bajo el mandato de la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.

Otras democracias más asentadas, como las de la Unión Europea, siguen mirando a otro lado ante la fosa común del Mediterráneo, en donde sólo durante este año han muerto alrededor de 300 personas, según cifras de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). La gran mayoría procedentes de Oriente Próximo, Sudán, el Cuerno de África, todos esos países en los que la democracia iba a triunfar, con tanto éxito como el mercado de esclavos en el que se ha convertido Libia.

La injusticia, la desigualdad, la corrupción, la miseria humana van a la pira de las Candelas. La Fiesta data de principios del siglo XVIII. Por aquel entonces todavía coleaba la quema de brujas en muchas zonas de Europa y América, a pesar de que este otro genocidio sea invisible en la mayoría de los libros de Historia. Y aún siendo la respuesta a siglos de opresión una huelga pacífica, hay quien duda de las intenciones de ésta, por «ideológica». No le quepa duda de que lo es, porque el feminismo quiere quemar y eliminar todas esas tragedias.