En un informe que acaba de presentar la nueva ministra de Educación y Ciencia, Mercedes Cabrera , se señala que España necesita duplicar de aquí al año 2015 los casi 100.000 investigadores con que cuenta actualmente si desea ocupar un puesto competitivo en el mundo de la tecnología internacional. Somos ya un país rico --el octavo de mundo, según la OCDE-- y, sin embargo, en lo que a investigación y desarrollo científico (I+D) se refiere la situación continúa dejando mucho que desear. En número de investigadores estamos en el grupo de cola de Europa, con 5 científicos por cada 1.000 habitantes.

Es cierto que se ha avanzado bastante, que cada vez hay más científicos competentes, pero no está nada claro que haya disminuido la distancia que nos separa de los países que se encuentran en la frontera en la creación de conocimiento científico y en la transformación de este en riqueza mediante la tecnología. Y este es el indicador realmente significativo. No se trata solo de avanzar, sino de hacerlo más rápido que los demás, porque la investigación científica, que crea riqueza, tiene mucho, no lo olvidemos, de carrera por llegar el primero a una meta.

En el informe mencionado se indica que la edad media de los científicos en la mayor parte de los centros de investigación y enseñanza hispanos roza los 55 años, una edad en la que se ha sobrepasado con creces el momento de mayor creatividad. Rejuvenecer esa edad debería ser uno de los objetivos prioritarios de los responsables de la política científica española. Y no es empresa fácil, obstaculizada como está por las leyes del funcionariado y por la manifiesta incapacidad de, especialmente, las universidades españolas por abrirse a aquellos que proceden de otros centros. Los jóvenes están hoy mucho mejor formados de lo que estaban hace, digamos, 20 años y, sin embargo, penan con contratos precarios.

XSE COMETENx, además, algunas torpezas importantes. Una de ellas es, en mi opinión, la de esforzarse, hasta límites en ocasiones difíciles de justificar, por atraer a científicos españoles que han desarrollado prácticamente toda su carrera en el extranjero, pero que ahora se encuentran al final de sus carreras creativas. El caso de Valentí Fuster es especialmente significativo, ya que se le ha nombrado director de un bien dotado centro recién creado dedicado a las investigaciones cardiacas, pero al que no se incorporará plenamente hasta dentro de algunos años. Entretanto, España pagará una parte de la investigación del grupo de Fuster en el Hospital Monte Sinaí de Nueva York. Por supuesto, esto reportará algunas ventajas a España, ya que allí se podrán formar algunos científicos, pero ¿es que no existen investigadores jóvenes a los que se podría haber asignado la principal responsabilidad del nuevo instituto, al que el Ministerio de Sanidad contribuye generosamente (también contribuyen instituciones privadas)? Yo creo que sí, y más aún que aunque sea una apuesta arriesgada, es la que merece la pena. Lo que España necesita es a científicos como Valentí Fuster cuando abandonó España, no ahora, o recuperar a jóvenes como el físico y nuevo Premio Príncipe de Asturias de Investigación Ignacio Cirac .

Necesitamos más científicos, y más científicos jóvenes, y esto es algo que exige más dinero, que el porcentaje del PIB para I+D llegue al 2% (ahora se encuentra muy próximo al 1%). Pero con dinero procedente del erario público no se resolverá el problema. La universidad, instituciones como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, no pueden absorber el número de científicos de los que se está hablando. Es preciso que la industria española, esto es, el ámbito de lo privado, no de lo público, se constituya en un centro de atracción y de empleo de investigadores, y esto significa una industria que necesite de la creación de nuevo conocimiento, y también un país que desee competir en el universo de la industria del conocimiento. Hoy España es más un país de servicios que del conocimiento.

Una manifestación de, en el ámbito de lo público, es el hecho de que un porcentaje importante del I+D en España esté dedicado a defensa (este año 325,88 millones de euros). Esto podría ser incluso beneficioso para la ciencia española, pero resulta que los fondos del I+D militar apenas repercuten en los investigadores hispanos, yendo a parar en su mayor parte a servicios como compra de patentes.

Grande es, por tanto, la tarea que espera en política científica a los nuevos responsables del Ministerio de Educación y Ciencia. Por el bien de todos esperemos que no nos defrauden como lo hicieron otros que les precedieron.

*Miembro de la Real Academia Española y catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid