Cuentan que una vez Charles Chaplin se presentó de incógnito a un concurso de imitadores de Charlot , su mítico personaje. Pero no fue seleccionado. Al parecer, el jurado opinó que su actuación no había sido suficientemente genuina. Otros imitadores superaron al maestro del bastón y el bombín, y se llevaron el premio.

Algo similar está pasando con algunos productos que nos invaden, no solo muebles o cafeteras, sino películas, libros y demás creaciones. No solo es imposible distinguir entre original y copia, sino que incluso esta última puede resultarnos mejor. Un síntoma de esta deriva es la última edición de los Premios Plagiarius, que un año más desvelan las copias más flagrantes del mercado europeo. La novedad de este año ha sido que el primer y el tercer premio no han recaído en China, sino en la propia Alemania. En este país se organiza este peculiar premio vergonzante, creado en 1977 y donde raramente se presenta el ganador a recoger la estatuilla: un gnomo con una enorme nariz dorada, símbolo de su ilícito enriquecimiento. Este año, el primer premio ha sido para una bancada de bricolaje, pero esta vez el pirata no estaba muy lejos allende los mares, sino a pocos kilómetros del fabricante original, en la mismísima y civilizada Alemania.

No solo se copia más cerca, sino que asistimos al fenómeno de la recopia, es decir, alguien que copia no ya del modelo original, sino del copiado, que a menudo alcanza mayor difusión por su menor precio o incluso por aportar alguna mejora. Es decir, que ya se empiezan a copiar los productos copiados en China, que se subproducen en países como Indonesia o Malasia.

El paso siguiente será la valoración del clon por encima del modelo base. Un juego de imposturas que nos despista, pero que es aliciente para descubrir el valor de la matriz primigenia. Tal vez, como dijo Voltaire , "la buena imitación es la más perfecta originalidad".