Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

Desde muchos ámbitos nacionalistas se está llegando al convencimiento de que el momento del salto cualitativo es justamente en el que vivimos. Y esto por dos razones importantes al menos. La primera, el proceso en que se encuentra el proyecto de Constitución para Europa; la segunda, la debilidad del futuro Gobierno de Madrid, al que se le supone, gane quien gane, no tendrá la mayoría absoluta. Y se entiende desde las orillas nacionalistas que PP y PSOE mantendrán las diferencias suficientes para poder dar algunos pasos más en el camino del soberanismo y la ruptura de la unidad nacional. En este marco, intervenciones como la hecha por Juan Carlos Rodríguez Ibarra en la reunión de presidentes europeos de regiones resultan políticamente oportunas. La dura crítica en ámbito internacional del proyecto rupturista de Ibarretxe es algo más que oportuna; es necesaria. No queda más remedio que recordar a algunos presidentes de comunidades autónomas españolas, incluyendo las comunidades estrellas, que la prudencia consiste en hablar cuando hay que hablar y guardar silencio cuando las circunstancias lo aconsejan. En nuestro caso, las circunstancias aconsejan gritar.

La firmeza democrática es un elemento clave par mantener limitados los proyectos soberanistas, en particular el más avanzado de ellos, el plan Ibarretxe, y controlarlo e impedirlo desde las instituciones, sin tener que recurrir a elementos de excepcionalidad, que, aunque previstos en la Constitución, su aplicación a todas luces no resulta deseable.

Pensar que los nacionalistas catalanes, si tienen oportunidad para ello, no nos van a sorprender con demandas imposibles de satisfacer, es poco realista, estar muy atentos a la evolución de las tendencias separatistas en Cataluña, analizarlas y sacar las oportunas consecuencias es una obligación ineludible. No deja de ser inquietante que en una década hayan pasado del 20 al 30% los catalanes que aspiran a la independencia. Es una subida demasiado rápida que requiere una meditación profunda. La utilización de los medios de comunicación, seguramente, puede explicar muchas cosas. Jaime I el Conquistador, pronunciando su nombre en castellano no puede ser un rey violento y medieval, y el mismo rey escrito su nombre en catalán, Jaume I el Conqueridor, un rey pacifista y renacentista.

Cerrar los frentes nacionalistas urge y, aunque ciertamente el tacto y la mesura deben acompañar a las acciones que se emprendan en este terreno, no por ello debe meterse la cabeza debajo del ala y caer en traiciones semánticas, escondiéndose detrás de las palabras para justificar concesiones competenciales que debiliten al Estado y pongan la unidad de España en un brete. En este campo, la claridad del presidente extremeño es muy de agradecer. Claridad y firmeza que reclama nuestra ciudadanía en ésta y en otras muchas cuestiones, y llamar al pan pan y al vino vino , es una obligación inexcusable de nuestra clase política.

Los socialistas hicimos un buen guión en Santillana sobre la estructura del Estado. Sería bueno que todas las fuerzas políticas la leyesen con atención y se buscase la necesaria convergencia en este campo. Campo que hay que cerrar, en contra de lo que piensan algunos, incluso con buena intención, si no se cierra el desenlace será siempre indeseable.

No hay Constitución en el mundo que no defienda la integridad territorial del Estado y establezca los mecanismos para garantizar esta unidad. Otra cuestión es la viabilidad de llevarlas a cabo. Modelos federales muy avanzados, como el canadiense, incluyen en su Constitución cláusulas de salvaguarda tendentes a garantizar la unidad de su territorio.

Con el proyecto de Santillana podemos empezar a cerrar esta espinosa cuestión.