Uno se pregunta qué fue de aquellas declaraciones del 2006 hechas por el ministro de Economía sobre la solidez económica del país, superávit, baja inflación, desempleo y buenos augurios para el 2007 y 2008. Uno no se lo creía entonces ni se cree ahora que no estamos en una seria crisis. En cierto modo imprevisible, pero no menos esperada, habida cuenta de nuestros déficits tradicionales de agua, electricidad, gas, infraestructuras, petróleo..., cuyo crecimiento ha desbordado las previsiones, ignorantes de que más que productores, somos consumidores, y pagaremos. El superávit no es posible en tanto el Gobierno, sea del color que sea, no tenga atendidas todas sus obligaciones. Si todos los que no usamos habitualmente la Seguridad Social, los transportes públicos, las escuelas y las residencias de ancianos públicas, por poner cuatro ejemplos, solicitamos hacerlo, ponemos al Estado en la ruina. Y la gente no está para consumir. Su capacidad no ya de ahorro sino de pagar las facturas mensuales está al límite. Y la magnífica perspectiva que tiene es: paga toda la vida para no tener nada, y si te quedas en paro o eres viejecito, te encontrarás en la calle. Deberían convertir los impuestos sobre carburantes en una tasa fija igual al porcentaje que los gravaba hace seis meses, y aunque no bajarán, se contendrán. Que den un toque de atención a los bancos para que podamos de nuevo acceder a la vivienda en régimen de compra y, si es necesario, que el Banco de España las garantice para asegurar al usuario que podrá acabar de pagarla al propio Estado, si fuera necesario, pero que no la perderá. Con ello, de paso, asegurarán que en el futuro vivamos dignamente constituyendo una hipoteca inversa (diabólico invento de banca y Estado) para cuando no puedan pagarnos la pensión de jubilación.

Enrique Luis Díaz **

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