Nunca había pensado en el potencial asesino de mi líquido de lentillas. Ya había aprendido que mi cinturón, el cortauñas o los tacones de mis zapatos podían ser armas letales. Pero ahora miro con inquietud el bote de espuma de afeitar, el frasco de colonia, el tubo de pasta de dientes y el desodorante. Hace tiempo que decidí viajar en avión sin cinturón, aún a riesgo de que se me cayeran los pantalones, por no tener que pasar por la humillación de quitármelo antes de pasar por el arco de seguridad. Ahora me planteo prescindir de mi bolsa de aseo, pero pienso en el retorno y me imagino que el aspecto desaliñado que presentaría después de dos días de viaje sería una carta de presentación extraordinaria para ser considerado presunto terrorista. Así que habrá que tragar... Sólo espero que a los terroristas no se les ocurra introducirse ahora los explosivos en el cuerpo, al estilo de los muleros que trabajan para los narcos colombianos. Lo del tacto rectal no sé si lo resistiría.

Dicen que lo hacen para mejorar la seguridad. Pero la sensación real que se transmite, a poco que se reflexione sobre la circunstancia, es la de la impotencia de unos estados que se muestran incapaces de garantizar que los terroristas se presenten en el aeropuerto con su carta de embarque y su neceser cargado de explosivos embutidos en frascos de cosméticos. Mientras Osama Bin Laden , al que no imagino proclive a los afeites, sigue libre en algún lugar impreciso del planeta, el resto de los ciudadanos nos hemos convertido en presuntos delincuentes a los que hay que escrutar, por si acaso. Ese es el gran logro del terrorismo de nueva generación.

XME SORPRENDEx, por otra parte, esta seguridad aristocrática que discrimina las medidas según el medio de transporte utilizado. Si usted viaja en avión lo hará seguro. Si lo hace en un tren de cercanías, en un autobús, en el Metro o en un barco, se arriesga. Si algo caracteriza a los terroristas, a los de hoy y a los de siempre, es su capacidad creativa para sembrar el horror en resquicios inimaginables. Cuando nadie podía pensar que un puñado de suicidas secuestrase aviones para estrellarlos en el corazón de Nueva York, ellos lo hicieron. Y cuando se protegieron los aeropuertos para evitar nuevos intentos, ellos atentaron en trenes de cercanías, en Madrid, o en el Metro, en Londres. Si algún día se extiende esta hiperprotección teatral a otros medios de transporte y nos hacen vaciar los bolsillos antes de subir a un autobús urbano, ellos pondrán la bomba en una montaña rusa, en un centro comercial o en una iglesia, en la misa dominical.

Los terroristas, aparte de asesinos, son inteligentes. Y es con la inteligencia como hay que combatirlos. Si todos los agentes de seguridad que desde hoy se dedican en Europa a revisar frascos de perfume y botes de leche en polvo de cándidos ciudadanos trabajasen en tareas de inteligencia, intentando desbaratar los planes terroristas en el momento de la planificación, entonces sí nos sentiríamos todos más seguros. Mientras eso no ocurra tendremos a millones de inocentes pasajeros sometidos a molestias inútiles mientras miles de terroristas, en todo el mundo, seguirán buscando nuevas fórmulas para matar. Y no hay que ser muy listo para pensar que descartarán la posibilidad de montar en un avión con frascos de líquido de lentillas preñados de explosivos.

*Periodista[,04]