Dentro de una década habrá cientos de tesis doctorales sobre la pandemia de coronavirus comenzada en diciembre de 2019 en la ciudad china de Wuhan. Uno de los aspectos dignos de estudio es la significación simbólica de la mascarilla y su conversión en objeto-fetiche en tres meses.

Hace mucho tiempo que existe evidencia científica sobre la utilidad de diferentes tipos de mascarilla como barrera física ante organismos dañinos. Su uso tiene algo de cultural, puesto que en zonas del mundo como Asia es costumbre consolidada hace tiempo, mientras que en otros, como el cinturón mediterráneo, nos estamos resistiendo a su uso incluso ante peligro cierto de muerte.

Pero lo más interesante de la mascarilla durante la evolución de esta pandemia en España es cómo empezó siendo objeto de desprecio institucional para terminar convirtiéndose en un símbolo mágico que todo lo puede contra el coronavirus.

Tanto el significado del concepto «fetiche» en la RAE como el tratamiento que hizo de esa idea Karl Marx son muy útiles para determinar lo que ha ocurrido con la mascarilla, desde la perspectiva de la cultura de masas.

Según la RAE, un «fetiche» es un «ídolo u objeto de culto al que se atribuyen poderes sobrenaturales». Para Marx, el «fetichismo de la mercancía» consistía en un proceso estrictamente mental —imaginario, para utilizar la terminología comunicativa de Edgar Morin— por el cual se otorgaba voluntad, vida propia, a los objetos-mercancía; el objetivo del capitalismo, convirtiendo los productos de consumo en fetiches, era ocultar los injustos procesos de producción subyacentes.

Lo interesante de las dos definiciones es el doble concepto que tienen en común. Por un lado, en ambos casos hay una «apariencia» (es decir, una «representación») y una «realidad» (la verdad). Por otro lado, en ambos casos es fundamental la actitud comunitaria, es decir, el significado compartido, y no individual, que le damos a los objetos; la definición de la RAE alude más a la necesidad mágica de los pueblos primitivos y en la de Marx impera la necesidad de control social. En nuestro mundo actual ese espacio común se llama cultura de masas, donde importa más la imagen que la realidad representada por esa imagen.

Fíjense si es interesante: llevamos días escuchando que las CC.AA. están dictando resoluciones para hacer obligatorias las mascarillas, pero en realidad la mascarilla es obligatoria en toda España desde hace más de un mes, cuando entró en vigor el Real Decreto-ley, de 9 de junio, que incluía tal obligación en el artículo 6. Lo que no se ha hecho en este mes es poner los medios para que se cumpliera. La sobreactuación normativa de las autonomías tiene como objetivo enfatizar aún más la atención exclusiva sobre la mascarilla como fetiche de la lucha contra el virus, porque en realidad se siguen sin poner medios de vigilancia para hacer cumplir la ley.

El fetichismo hace que la «nueva normalidad» sea «la vieja normalidad con mascarillas». A todas luces, la mascarilla ha pasado de ser un elemento más de protección para ser el único signo visible de que se hace algo por la seguridad sanitaria. Y, como decía antes, esa «representación» oculta una realidad, una verdad.

Esa verdad incluye que: la mascarilla es solo un elemento más, no impide otros medios de contagio, como las contaminaciones cruzadas; no tiene un 100% de eficacia en la protección respiratoria; no sirve, excepto con los modelos más caros, para protegerse a uno mismo, sino para proteger a los demás (algo útil solo si uno está contagiado); ha de ser cambiada cada cuatro horas de uso (la quirúrgica, que es la generalizada), a riesgo de hacerla inservible si no se hace (y casi nadie lo hace); hay muchas familias que no pueden pagarse mascarillas cada cuatro horas, y las instituciones no han establecido medios para paliarlo. A todo esto hay que añadir que, mayoritariamente, no se vigila ni castiga el incumplimiento de su uso.

La mascarilla es solo una parte muy pequeña de la lucha contra el virus, pero las instituciones han construido un relato en el que parece la única y última barrera. Un fetiche en el que centrar nuestra atención permanente para no hablar de lo importante.

* Licenciado en CC de la Información