Las viejas naos y galeras que surcaban, a velas desplegadas, las azules aguas del mar Mediterráneo, solían llevar en lo más alto de su proa, en la terminación de la quilla, sosteniendo el arranque del bauprés, una figura tallada en recia madera, pulida, pintada y brillante, que definía, en cierta manera, el carácter de los nautas, marinos y grumetes que navegaban en ella. Era esta figura el "Mascarón de Proa", el que abría las aguas cuando la nave avanzaba sobre las olas o el que primero se mostraba a los demás navegantes cuando la avistaban de lejos, empezando a atisbar sus símbolos y gallardetes.

El "Mascarón de Proa" era, posiblemente, lo más vistoso y destacado de cada embarcación; pero no tenía ninguna influencia en su rumbo ni en su ruta de navegación. No mandaba en nadie ni en nada; solo encabezaba la travesía y, como mucho, estaba relacionado con el nombre o designación de cada navío.

Podía ser una representación del dios Neptuno, el dominador de los abismos oceánicos, con su tridente y manto de algas; pero lo más habitual era colocar en lo más vistoso de la proa a una nereida desnuda y sonriente, bella y atractiva, con los pechos rezumando el agua salada que le lanzaban las olas. Pero callada, fija la vista en la lejanía de espumas, con su sonrisa impertérrita, sin marcar rumbos u objetivos a la marinería.

A veces nos preguntamos --las gentes de tierra adentro-- si no seguirán esta misma táctica de los "Mascarones de Proa" los partidos políticos actuales en sus difíciles navegaciones por los procelosos océanos que están cruzando --frecuentemente sin rumbo fijo-- entre el oleaje de la corrupción, la falta de ideas para ofrecer al sufrido ciudadano y los motines o asonadas provocadas por sus propias marinerías --o "aparatos"-- entre envidias o competencias internas.

XCADA VEZx parece más patente que los que aparecen al frente de estos "aparatos", no son más que "mascarones de proa", figuras decorativas con cierto prestigio y atractivo para sus partidarios, que apenas se mueven, sin señalar ni marcar rumbos cuando el oleaje político hace crujir todo el maderamen que forma su nave.

El capitán es otro, podría pensarse, cuando se les ve sonrientes y callados, acelerando la marcha ante las espumas ácidas de los que les preguntan por sus tesoreros y asesores, por las estafas de ciertas entidades que dirigen, por los virajes y revueltas que toman ante los vientos contrarios que hinchan las velas de sus formaciones. Quizá, quien realmente comanda y gobierna el timón de estas naves deben de ser otros; ocultos detrás de los "mascarones", sin dejar ver su figura para que no le salpiquen las espumas del oleaje, cuando arrecian las galernas callejeras de los indignados y braman los vientos ciudadanos por las medidas, reformas o recortes que alteran la tranquilidad de la travesía.

El "mascarón de proa" sigue silencioso, mirando al vacío y sonriendo enigmático ante las dudas y preguntas que pueda hacerle la marinería. Mientras, el verdadero capitán, junto al timonel y a los demás encargados del buen rumbo de la navegación, escondidos y arrebujados en algún despacho o camarote, pero ya en tierra firme, susurran sus ordenes en voz baja, se reparten la pesca o la rapiña, esperando a que pase el temporal de protestas y manifestaciones por los últimos recortes y reformas, con las que han apretado las tuercas a los más menesterosos en su pobre navegación diaria, y aliviado deudas a los más poderosos, muchos de los cuales forman precisamente esta reunión de "gerifaltes". hasta que las aguas vuelvan de nuevo a su cauce.

Saben que la energía de los pueblos descontentos dura poco, se cuartea y se divide con gran facilidad, ante la desesperanza y el hambre; y después vendrá de nuevo la calma que imponen los poderosos, y podrán seguir con su tarea de hacer las leyes para quien mejor se las agradezca.

Frecuentemente, se pueden asimilar los actuales Partidos Políticos que dirigen y desconciertan la vida ciudadana actual, a grandes naves encabezadas por sus "mascarones de proa" --que figuran al frente de todo, pero no dirigen nada-- y gobernadas por escondidos grupos de presión: "lobies", minorías financieras, incluso jerarquías de la Iglesia, que son los que realmente deciden y acuerdan las nuevas normas, los nuevos rumbos, en función de sus intereses e ideologías y no de lo que los más ingenuos llaman el "interés general", o el "bien común", que queda siempre traspillado y olvidado detrás de las puertas.