Esta mañana, no sé por qué, me he acordado de mis años de estudiante.

De los madrugones, de las noches de flexo y gominolas, de aquellas tardes interminables delante de una mesa de cocina disfrazada con una faldilla amarilla, mal pegada.

Del brasero que compartíamos los hermanos en un piso sin calefacción, de las risas, los enfados, los viajes en autobús de vuelta a casa, como una aventura por el puerto de Miravete, cuando se podía fumar, comer y beber, y hasta hacer el viaje sentado en las escalerillas, mientras la película de Joselito atronaba las curvas.

Me he acordado del esfuerzo para comprar libros, del tesón, del agobio, de las mañanas de junio camino de los parciales, de las papeletas con la nota.

No ha sido nostalgia, no. Podríamos llamarlo mejor un inventario. De los exámenes, los cursos de doctorado, los congresos, cada uno de los méritos que se van acumulando en una vida, y que aparecen constatados y certificados en tantos papeles que un día anduvieron por la casa familiar y ahora residen en carpetas en la casa de cada hermano.

De cada amigo. De cada compañero de facultad o de trabajo. Con su fecha, sus horas presenciales, la firma de los profesores.

Quiero pensar que este ejercicio de memoria lo ha activado la lectura de la noticia de que Chema Alonso, un hacker y doctor en informática, que es ahora jefe de seguridad de Telefónica, va a pronunciar el pregón de Móstoles.

Debo todo lo que soy a la enseñanza pública, dice. Nos dio a los hijos de familias humildes la oportunidad de formarnos. Quiero pensarlo, sí.

No quiero admitir que este recuerdo venga motivado por la noticia de otro máster más. De otro político que no recuerda ni cómo ni cuándo obtuvo el título, ni si fue a clase, o dónde dejó el trabajo final.

Qué borrosa la memoria de lo que no existe. Prefiero quedarme con Chema Alonso y su defensa de la enseñanza pública, con la creencia de que la educación está por encima de quienes la utilizan solo para presumir de humo, con el recuerdo de mis años de facultad, y el esfuerzo cotidiano de tantos estudiantes, un río de esperanza a veces manchado por pequeñas islas de residuos urbanos, detritus, restos de un pasado de enchufismo y desigualdad de oportunidades del que ya no debería quedar rastro.