De la muerte está hecha la vida. Lo viví el año pasado con mi padre y hoy todavía recuerdo con nitidez los últimos momentos, el camino hacia el final y el desierto pronto del primer aniversario de su marcha.

Ayer volví a llorar en silencio. Se nos ha ido Matías Rumbo, quien fuera director comercial de este periódico hasta hace unos pocos años. No hay palabras ahora que mitiguen el dolor de una muerte tan repentina, de un hombre feliz que disfrutaba con su familia más que nunca.

La vida es brutal a veces, quizá injusta. Nunca sabes dónde te espera otra esquina, otro reto, la última estación... Sería fácil alabar en este momento las virtudes de un hombre que luchó por sacar adelante este diario desde la parcela con la que lidió junto a su equipo.

De Matías siempre admiré su fortaleza, su determinación por mover el barco en la dirección que creyó correcta, navegando en mares que no siempre fueron con el viento a favor. Me duele tener que escribir en caliente de otra muerte más, de tanta vida truncada aunque todo esté escrito. Y recuerdo ahora las últimas cañas en Vivaldi con Miguel detrás de la barra, la sonrisa permanente de su mujer y el gran cariño que Sira, su hija, ha sabido transmitirnos gracias a sus padres.

La huella que dejan otros en nosotros se refuerza con la marcha, permanece siempre y nos ayuda a crecer. Quizá por eso siempre repito que estamos obligados a vivir a tope, a disfrutar de cada instante a pesar de nuestros pequeños y grandes problemas.

Matías luchó por este periódico, se dejó la piel y muchos más que yo pueden dar fe de ello. Estas líneas se quedan cortas para un agradecimiento humilde como el de quien suscribe. Hasta siempre, Matías. Sí, nos enseñaste a luchar. Ese es tu legado.