Theresa May ha ganado tiempo, en teoría un año, al superar el voto de confianza al que la sometieron el miércoles los diputados conservadores a instancias del ala más radical, la más antieuropea de su propio partido que considera que el acuerdo alcanzado sobre el brexit entre la UE y el Reino Unido es una traición. Lo que ha perdido May, con 117 votos en contra, es otro grado de la autoridad que ya empezó a malgastar el pasado año en un adelanto electoral innecesario con el que dilapidó la mayoría de que gozaba el Partido Conservador. El tiempo ganado, sin embargo, puede ser breve, porque quien definirá su futuro es la Cámara de los Comunes en la votación del acuerdo del brexit en una sesión que tiene como fecha de caducidad el 21 de enero y cuyo resultado, hoy por hoy, se presenta negativo. Con su desafío a la primera ministra, los impulsores del voto de confianza han puesto de manifiesto el estado caótico en que se encuentra el partido tory, débil y dividido, que solo se mantiene unido gracias al endeble pegamento del pavor a una posible victoria electoral del Partido Laborista. Sin embargo, este sector no se dará por vencido con el resultado del miércoles ni con el anuncio de la primera ministra hecho en el último momento de que no se presentará a las próximas elecciones. Lo que no parecen comprender los ultras conservadores es que el acuerdo del brexit no es el acuerdo de May. Lo es del Gobierno. Y la cuestión de la frontera con Irlanda, la más disputada por los radicales antieuropeos, ahí seguirá.