Cuando faltan pocas horas para el momento de la verdad, la confusión que ha reinado sobre el proceso para alcanzar el brexit se ha multiplicado sin que la proximidad de la votación a última hora en el Parlamento británico haya esclarecido el horizonte. Pese a sus esfuerzos para conseguir los votos necesarios para su plan, Theresa May tiene todavía un centenar de diputados conservadores en contra que se suman al voto laborista también contrario. En el horizonte político inmediato se vislumbra un voto de confianza a la primera ministra y un adelanto electoral. Y, quizá más importante, una crisis constitucional con un Parlamento que amenaza con arrebatarle al Gobierno el orden del día del pleno. Antes de la votación de su plan, May podría presentar lo que el Gobierno considera como nuevos compromisos de la UE con los que dar satisfacción a los diputados contrarios y al partido unionista norirlandés, pero Bruselas ha dicho repetidamente que no habrá más garantías jurídicas. En el terreno de la economía y la vida diaria, una posible salida de la UE sin acuerdo amenaza con desatar una crisis nacional que ya ha sido calificada como la mayor desde la segunda guerra mundial. Sea cual sea el desarrollo de los acontecimientos esta semana, lo que ya es incontestable es la existencia de un país completamente dividido entre los que creyeron el mantra de recuperar el control y los que ven el futuro del país ligado a Europa.