Antes se hablaba de «la mayoría silenciosa», ese grupo de gente que no ‘salía’ en las encuestas pero determinaba un resultado electoral. Ahora el PSOE, o más bien sus asesores, han acuñado el término «mayoría cautelosa», ese mismo conjunto de personas que no tienen un voto definido a priori, pero que siempre optan lo que ellos entienden como «lo razonable». Si los socialistas construyeron el 28-A el relato de ‘peligro, viene la ultraderecha’ y provocaron una movilización mayoritaria atrayendo votos sobre todo de Podemos pero también de Ciudadanos, esta vez quieren jugar la partida a la carta de la estabilidad, la de un gobierno que apuesta por la ‘normalidad’ y la ‘moderación’ y se deja de ‘experimentos’ con fuerzas radicales y apoyos independentistas. Con esa estrategia piensa el PSOE afrontar la campaña electoral cara al 10-N, ahora con la ayuda inestimable de Íñigo Errejón, quien ha venido para dinamitar a Podemos y tratar de lanzar puentes hacia un futuro gobierno.

El líder de Más País ha sido sin duda la sorpresa de estos comicios, aunque la venganza en política es como en todas las esferas de la vida: se sirve fría y cuando menos se lo espera el enemigo. Quizás Pablo Iglesias no se dé cuenta de su error hasta el día después de las elecciones, pero la oferta rechazada en julio de una vicepresidencia y tres ministerios fue el comienzo de la crisis actual. La formación morada se desangra en media España y su división puede dar al traste con la capacidad de influencia de que goza en la actualidad. Las primeras encuestas así lo vaticinan, aunque aún restan seis semanas hasta las urnas y pueden desarrollarse estrategias que propicien un cambio de tendencia.

Todos los partidos tienen siempre un enemigo claro. Pero también existen rivales a los que conviene echar a un lado. El PSOE puede compartir con Podemos un enemigo común, en este caso el PP, pero los considera una fuerza incómoda a la que hay que descabalgar. Su apuesta por la moderación lleva aparejado asestar un duro golpe a los morados (de ahí la frase de Sánchez de que no dormiría tranquilo con ministros de Podemos sentados a la mesa), pero también un ataque a Ciudadanos, fuerza a la que acusa implícitamente de abandonar el centro ideológico que busca la «mayoría cautelosa», y entregarse a los brazos de la derecha y, de paso, la ultraderecha.

Quién sabe si funcionará esa estrategia con el cóctel peligroso que se ha generado en nuestro país. La gente está enfadada por la repetición electoral y, por ende, desmovilizada, y la escalada de tensión y violencia abierta en Cataluña ante la sentencia que se avecina del ‘procés’ no augura un ambiente propicio para la moderación. Todos estos elementos, sumados a la deriva de nuestra economía y la llegada de nuevas fuerzas políticas (Errejón primero y ayer hasta la CUP, que concurrirá por primera vez a unas generales), distorsionan todo estudio demoscópico e impiden realizar un pronóstico certero.

En el PP están encantados. Los populares alcanzaron su suelo electoral el 28-A perdiendo hasta 71 diputados. A Pablo Casado solo le resta crecer. La devaluación de Vox y el acercamiento de Ciudadanos a los postulados populares, formando gobiernos autonómicos y municipales, va a beneficiar al nuevo presidente del PP recuperando muchos de los votos desencantados que se fueron hace seis meses con Rivera o Abascal. Ya se sabe que ante la copia, la gente se queda con el original. Sin embargo, no conviene menospreciar al líder de Ciudadanos. Primero porque representa la fuerza constitucionalista hegemónica y de oposición al independentismo en Cataluña más clara, territorio donde la presencia del PP es testimonial, y segundo porque Albert Rivera no se caracteriza precisamente por dejar pasar o perder cualquier oportunidad que se le presente. Buena parte de los votos que captó su formación en los anteriores comicios se deben a sus intervenciones en los debates televisados y a su campaña de tender la mano a Casado frente a Sánchez.

Lo peor de todo es que, como van las cosas, quizás el resultado que arrojen las urnas sea similar al de ahora. Ni mayoría cautelosa ni movilización. Resulta complicada una victoria del PP y parece poco probable que la suma con Ciudadanos y Vox dé para una mayoría si el resto del arco parlamentario está en contra. En el caso del PSOE, no se aprecia un resultado mayor al de ahora debido a la desmovilización de su electorado y la división de Podemos desde donde pretendían captar un mayor número de apoyos.

Con este panorama, el fantasma del bloqueo institucional sobrevuela nuestras cabezas nuevamente. Esperemos a ver la altura de miras de uno y otro partido, y de uno y otro líder, con los resultados en la mano. Porque este país no puede soportar un nuevo parón con lo que tiene encima ni por supuesto unas nuevas elecciones en el 2020. La irresponsabilidad tiene un límite y echar la culpa al de enfrente solo conlleva que la gente tome a toda la clase política por el mismo rasero. De hecho ya casi ocurre así.