Hay mucha gente en Cataluña que lleva demasiado tiempo callada. Hay muchos ciudadanos que llevan décadas sometidos al yugo nacionalista. Y hay una parte, también significativa, de la sociedad catalana que ha sucumbido al virus identitario.

Pero que nadie se lleve a engaño: esto no es fruto de la casualidad. La dictadura soberanista viene imponiéndose en escuelas, institutos, universidades, y a través de TV3, desde principios de los 80. La pujante --y, para muchos, libérrima-- Cataluña de finales de los 70 comenzó a diluirse justo en el momento en que Pujol tomó el poder. Y, desde entonces, y hasta ahora, el cáncer nacionalista no ha hecho otra cosa que extenderse.

En todos estos años, casi nadie ha tenido los redaños de encarar la situación. Principalmente, porque Pujol ha sido temido en los círculos políticos de toda España mientras ha participado de la política activa, porque, al final, era quien daba el plácet a los gobiernos de la nación, para que pudieran salvar sus minorías mayoritarias y gobernar sin negociar con el otro gran partido nacional.

Pero, aún y así y todo, hubo en estas décadas algunas voces de la conciencia que avisaron de lo que allí estaba pasando, llegando, incluso, a predecir actos y situaciones presentes. Y hay que recordar, por justicia, en este sentido, a Federico Jiménez Losantos, que fue secuestrado y disparado en una pierna, en 1981, por terroristas de Terra Lliure, por ser uno de los promotores del Manifiesto de los 2.300, un documento a través del cual, numerosos intelectuales y profesionales, pretendían denunciar --ya entonces, ¡fíjense!-- la discriminación lingüística del castellano en Cataluña. El dramaturgo Albert Boadella fue otro de los que vio venir, desde lejos, lo que se estaba implantando, y lo que se avecinaba, e hizo una sátira inmejorable de todo ello con su archiconocido Ubú President. El político Alejo Vidal-Quadras también se enfrentó, con pundonor y talento, a Pujol, hasta que el maldito Pacto del Majestic se lo llevó por delante. Y, más recientemente, un grupo de intelectuales liberales y de izquierdas dio a luz a Ciutadans de Cataluña (el partido que hoy conocemos como Ciudadanos), que nació con el primer y último objetivo de combatir al nacionalismo catalán (también al del PSC, infectado por el virus identitario desde que se encamó con ERC y firmó el Pacto del Tinell).

Pues bien, después de estas décadas de opresión nacionalista, y aunque parezca el momento más complicado para ello, ha llegado la hora de que se exprese, por fin, esa mayoría silenciosa que lleva décadas agazapada en la región catalana. Es esta vez, o nunca. El Estado, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, las Instituciones y los partidos constitucionalistas pueden hacer mucho por salvar la unidad nacional. Pero es indispensable la participación palpable de la mayoría silenciosa de la sociedad catalana. La situación lo requiere. Y hoy, más que nunca, todos esos catalanes que se sienten -y saben- españoles, pueden tener bien presente que, como dijo su majestad el rey Felipe VI, no van a estar solos.