El pleno del Congreso ha aprobado por fin, con la lógica oposición del PP, la declaración del 2006 como Año de la Memoria, pero como quiera que agoniza junio, se trata de un año que tendrá seis meses nada más. Sin embargo, y pese al gusto algo pueril por las fechas redondas y los años dedicados a cosas, que estabula las conmemoraciones, las celebraciones y los recuerdos en un espacio angosto, podría resolverse el dislate contando un año desde el momento de aprobarse en el Congreso la declaración, de modo que el Año de la Memoria durara hasta junio del 2007, esto es, un verdadero año, y no ese medio que, lamentablemente, se compagina mejor con la memoria que los españoles nos gastamos, una media memoria que no abarca lo esencial ni, a menudo, lo accesorio.

Pero aún así, es poco un año para rememorar lo sucedido durante setenta, cuyo recuerdo fue abolido por la dictadura y su huella borrada incluso de los libros de texto que siguen manejando hoy nuestros escolares y nuestros universitarios. Por fortuna, muchos nos hemos empeñado, desde hace tiempo, en devolver a sus legítimos dueños, los españoles, la memoria cabal de su pasado reciente, de modo que lo que cabría esperar de este Año demediado e institucional que pretende rendir "homenaje a todos los hombres y mujeres que fueron víctimas de la Guerra Civil, o posteriormente en la represión de la dictadura franquista, por su defensa de los principios y valores democráticos", no es tanto que emprenda la recuperación de la memoria que ya hemos ido recuperando los ciudadanos, como que promueva y escenifique esa devolución restituyendo el honor de las víctimas, recuperando sus restos de cunetas y descampados para darles digna sepultura, devolviéndoles sus propiedades robadas y acometiendo el término de esa descomunal subversión de los valores, incluidos los básicos del bien y del mal, que instituyó el franquismo. Entonces, solo entonces, será el Año de la Memoria Entera. Y verdadera.

*Periodista