Periodista

El presidente de la Real Academia de la Lengua Española, Víctor García de la Concha, fue profesor mío en la Universidad de Salamanca. Sus clases fueron las primeras, y quizá las únicas, que verdaderamente me interesaron. De la Concha era un profesor muy efectista y entretenido que ponía el alma en cuanto hacía. Al poco de llegar a Salamanca, se había convertido en un mito. Una mañana, para explicarnos la expresión artística, se sentó en su mesa, la golpeó con los nudillos cuatro veces y nos contó cómo una llamada parecida a una puerta inspiró a Beethoven el famoso comienzo del primer movimiento de su quinta sinfonía: ese allegro que se inicia con un brioso ta, ta, ta, chan.

Un año después de aquel espectáculo pedagógico, teatral, musical y literario, me presenté en Madrid a unas oposiciones y las gané contándole al tribunal, entre otras cosas, esa anécdota de Beethoven.

Será porque De la Concha me ayudó indirectamente a encontrar trabajo, será porque su magisterio durante unos meses me enseñó más que cinco años de carrera, lo cierto es que siempre le estaré agradecido y, cuando alguien lo critica, salgo enseguida en su defensa.

También tenía en Salamanca un profesor de teatro que se llamaba Pepe Martín Recuerda. Este no era brillante como profesor (aunque sí como dramaturgo), sino más bien caprichoso, atrabiliario y maniático, pero me atraía enormemente porque, frente al justo medio del equilibrista De la Concha, Recuerda se mojaba y dejaba claro su radicalismo ideológico, aunque eso le acarreara mil problemas.

Sus clases eran pura pasión encendida y una mezcla de denuestos, alabanzas, descalificaciones y ensalzamientos que repartía entre Calderón, Benavente, Buero Vallejo y el mismísimo Manuel Martínez Mediero. Sí, Mediero, porque fue en aquellas clases de teatro donde descubrí la existencia de un autor extremeño muy moderno e importante cuya obra tuve que estudiar para el examen final.

Muchos años después, 20 por lo menos, empecé a escribir en este periódico y, a raíz de determinado artículo, Mediero me puso guapo en su columna. Llegó incluso a decir que yo defecaba duro y lindezas parecidas.

Algunos compañeros me incitaban a responderle, pero yo era incapaz porque para mí, Mediero era un tema de examen, es decir, un personaje de la literatura y, por encima de sus críticas, estaba el orgullo de haber sido citado por alguien que aparecía en los libros de texto.

Pero ahora me veo en una peliaguda tesitura. Resulta que Mediero, en una de sus columnas, ha atacado a De la Concha, a raíz de las declaraciones del presidente de la academia calificando a Vázquez Montalbán de buen novelista y gran articulista (obsérvese la sutil gradación). ¿Qué hacer: defiendo al profesor admirado, contradigo al escritor respetado?

Para salir del paso, se me ocurre imaginar qué hubiera hecho Vázquez Montalbán y me viene a la cabeza el epitafio irónico que propuso en una entrevista-epílogo como cierre de su vida: ´Quien calcula, compra en Sepu´. Así es que calculo y callo.