La naturaleza es sabia y dispone sus elementos ordenadamente. El río en el valle, la cima en la montaña, la vega en el bajo y el agua discurriendo por los cauces para posibilitar que los lugareños cuenten con el suministro necesario para el riego de sus cultivos.

El hombre, a falta de otros quehaceres más productivos, se afana en alterar los equilibrios ancestrales y en ignorar que no hace falta ser gallina para saber cuándo un huevo está corrompido.

Lo traigo a colación por la decisión tomada por la administración regional de construir estanques de agua para la lucha contra incendios --¿sirven de algo?-- en cualquier punto de la geografía hurdana que brota un exiguo reguero. La idea en origen puede ser estupenda. Los incendios acuden a su cita puntual cada verano. El bosque la reclama. Pero... ¿se han parado a analizar las posibles consecuencias en todos los casos? ¿Han reparado si en algunas circunstancias es peor el remedio que la enfermedad? Me temo que no.

XAL CASO DEx Sauceda me remito, que me toca de cerca. El arroyo de Rocasa no conoce estiaje más pronunciado que el del actual verano. Nunca en mis cincuenta años de existencia vi su caudal tan menguado. A pesar de que ya los campesinos siembran poco y se ven forzados a embalsar el escaso líquido, el caudal de agua resulta insuficiente para mantener el crecimiento de las hortalizas en estado óptimo de producción y rendimiento. Pues para remediar la alarmante situación, a no sé qué iluminados personajillos de la administración no se les ocurre otra idea más brillante que construir un estanque en la cabecera de la cuenca del arroyo, cerca de la pista forestal, y desviar el agua para que se llene. Pero señores, ¿qué broma es ésta?, ¿nos dejan el arroyo sin agua y se quedan tan panchos? Lo último que puede esperarse del afectado es resignarse y que su voz de denuncia no clame al cielo.

¿Para qué tanto discurrir y planificar en las administraciones regionales? ¿Para qué tanta meticulosidad a la hora de exigir proyectos de impacto ambiental ante cualquier intervención particular, por insignificante y ridículo que sea? ¿Para qué tanta ridícula burocracia? ¿Quizás para llegar a la inaudita conclusión de que lo mejor es desvestir al patrón local para vestir a un santo foráneo? Como decían nuestros cultos antepasados --que de tontos no tenían un pelo-- "para meriendas como estas no es necesaria tanta alforja".

Pese a quien pese mis opiniones, escuezan donde escuezan mis palabras, antes de callar reviento. Me parece que los responsables medioambientales deberían abandonar de vez en cuando la comodidad de las poltronas que ocupan gracias a la voluntad del voto del ciudadano --que es nuestro voto--, darse una vuelta por los entornos rurales y contar con el parecer, la voluntad y el conocimiento de causa de la gente del campo, que es la que está diariamente en contacto con el medio y la que sufre y experimenta las bonanzas y reveses del mismo. Nadar contracorriente, como tantas veces les vemos proceder, no es lo más conveniente. Ni para ellos ni para nadie de los que pacientemente sufrimos las consecuencias de sus nefastas tomas de decisión.

No debe olvidar la Administración que, en el organigrama de prioridades, por encima de los romanticismos naturalistas e idealismos a ultranza deben colocarse las necesidades reales de las personas que viven y luchan buscando un equilibrio con el medio que los vio nacer y crecer, de esas personas que se esfuerzan porque así siga sucediendo en tiempos venideros, a pesar del lastre que supone la aparición de reveses y entuertos, o actuaciones incomprensible de los poderes de la autoridad que dejan tanto que desear.

Rectificar es de sabios. Una dosis de humildad que honra, reconsiderar la postura adoptada en los casos que se estimen lesionados los derechos de los pobladores y enmendar los errores. Entre otros muchos, los regantes afectados del arroyo de Sauceda tendríamos a bien reconsiderar la estima en los gobernantes y cambiar de opinión. Por el bien general, dadnos la oportunidad y veréis cómo cumplimos con el valor de la palabra empeñada. De seguro que no os defraudaremos. Ganamos todos.