Posiblemente, una de las causas que desató esta crisis que sufrimos actualmente en nuestras carnes, fue la enorme inflación y devaluación monetaria que acarreó la adopción del Euro como moneda comunitaria de la Unión Europea. La paridad con la vieja peseta, para acomodar los precios a la nueva divisa, provocó ya una subida repentina de precios del 62% y una inflación devastadora en empresas, salarios, precios y tipos de interés; con la correspondiente ruina de las empresas, desfase del nivel de vida familiar, crecimiento desmedido del gasto público y la alarma financiera del "¡sálvese quien pueda!" de los Bancos y entidades financieras, que acabaron de romper los equilibrios crediticios e institucionales de todo el país.

Los acuerdos de la Unión Europea para adoptar una moneda única llamada Euro fueron desastrosos para las economías implicadas --distintas y distantes unas de otras--; pero, una vez aceptados y asumidos por todos los países de la Unión, no había marcha atrás; el daño era irreparable, a menos que se dejara totalmente libre y desregulado el sistema de relaciones laborales, bancarias, mercantiles o fiscales y que cada cual "hiciese de su capa un sayo" para salir como pudiese del "caos" económico en el que la Unión se había metido.

La breve experiencia del ECU, como "cesta de monedas en perpetua flotación", utilizada únicamente como moneda de cuenta para transacciones dentro del Mercado Común, no había servido de nada; porque el ECU no influyó en los mercados internos de cada país ni en sus relaciones jurídicas laborales. Pero al asentar al Euro como única moneda legal --excepto en algunos países que sabiamente conservaron sus viejas divisas-- con la desaparición de todos los sistemas monetarios nacionales, se produjo un desbarajuste --mejor: un desajuste-- que afectó de manera muy desigual a los distintos sectores sociales, o a las distintas capas poblacionales de formaban los viejos estados de la Unión.

XLOS PARAMETROSx normativos que regulaban el mercado apenas se cambiaron; se hizo un "redondeo" con la paridad Euro=Peseta, que fue la primera medida desastrosa; pues, como decimos arriba, conllevó una inflación de precios gigantesca --del 62% de subida-- que descabaló ya al resto de magnitudes.

Los salarios estaban regulados por leyes y convenios, y no sufrieron grandes modificaciones. Lo cual provocó una enorme desigualdad entre éstos y los nuevos precios inflactados; con lo que se dejó a la masa obrera, a los funcionarios y a los empleados de servicios, a mitad de su capacidad de consumo y con recursos familiares decrecientes.

En cambio, hubo abultados beneficios para los empresarios, fabricantes, banqueros o comerciantes, que aprovecharon, incluso, para subir más las tarifas, con nuevos "redondeos"; y con ello la pérdida de niveles adquisitivos para la inmensa mayoría de la población, que padeció brutalmente el continuo y descontrolado reajuste monetario.

El Euro provocó, en muy poco tiempo, notables desequilibrios familiares y presupuestarios. Familiares, porque la gente se vio, de repente, con sus recursos muy disminuidos; recurriendo a las entidades públicas --ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas, incluso a organismos gubernativos-- para solicitar ayudas y compensaciones destinadas a reequilibrar su maltrechas economías. La administración, en sus diversos niveles, estaba en buena posición y disposición; pues las subidas de precios y tarifas había aumentado la recaudación fiscal y los bancos --también pletóricos de depósitos, créditos y fondos de reserva-- emprendieron gigantescos proyectos de urbanización de costas y playas, construcciones de aeropuertos, complejos deportivos, Ciudades de la Ciencia o del Arte, en los que se enterraba la mayor parte de los beneficios para futuras inversiones menos ostentosas y más útiles.

Pero si no se fabrican bienes de consumo, y los que se fabrican no se venden porque los consumidores no tiene con qué comprarlos, lo lógico es que toda la economía se desplome; y con ella las esperanzas de los sufridos ciudadanos. La falta de previsión ha llevado al "socavón"; y para tapar éste y que no se hunda en él todo el país, se está echando en el hoyo la escasa tierra --riqueza-- que se tenía en reserva para otros menesteres.