Tras dos meses de agria controversia, el PP parece que recupera el sentido común al reducir a unas proporciones razonables el homenaje mensual, de carácter exclusivamente castrense, que se anunció para la megabandera española de Madrid. Por decisión de Trillo, ministro de Defensa, a esta enseña de 294 metros cuadrados sólo se le rendirán grandes honores militares, en el marco de un acto cívico e institucional, en fiestas de guardar como el Día de la Hispanidad, el de la Constitución, San Isidro --patrón de Madrid-- y la onomástica del Rey. Si se consigue la discreción necesaria en las ceremonias de arriado de la bandera de los otros meses, aún por definir, se habrá encauzado una polémica innecesaria.

Pasarse en la ostentación de símbolos patrióticos, sean los que sean, refleja una exacerbación nacionalista impropia del siglo XXI. Máxime cuando la realizan los mismos que denostan a los nacionalistas periféricos por enarbolar políticamente sus sentimientos identitarios. Trillo acierta sobre todo al consensuar las nuevas características del homenaje con esa oposición a la que José María Aznar tachó de "acomplejada" por criticar una ceremonia que, a lo que se ve, estaba mal planteada desde el principio.