Este lunes, 11 de marzo, se han vuelto a celebrar homenajes a las víctimas del atentado de Atocha. Solo han pasado nueve años y sin embargo, la memoria colectiva ha conseguido situar este hecho en algún lugar del limbo, en un tiempo que ya no nos resulta cercano. Lo mismo ha sucedido con la Guerra de Irak , el 23F y tantas otras cosas. Todo ha ocurrido en un pasado reciente sepultado por avalanchas de información continua. No podemos fijar los datos, ni tenemos la tranquilidad suficiente para pararnos a analizarlos. Y eso en España, porque lo sucedido en el resto del mundo desaparece de nuestra mente a velocidad de vértigo.

Guerras, hambrunas, éxodos y refugiados se nos mezclan en las imágenes año tras año, pero hemos ido olvidando Etiopía y Haití, y mezclamos Uganda con Siria, en un totum revolutum de miseria. A lo mejor tiene que ser así. A lo mejor la desmemoria colectiva es fruto de la evolución humana, un recurso para seguir avanzando sin pararse a pensar en lo que dejamos atrás; pero también puede que este olvido sea una muestra más de nuestra atroz indiferencia.

Lo que les pasa a otras personas no nos pasa a nosotros, pensamos, mientras el telediario (justo antes de la media hora dedicada al fútbol) se empeña en emitir imágenes de trenes abrasados y personas enloquecidas en busca de sus familiares. Hace nueve años, pero yo aún recuerdo los móviles que sonaban sin respuesta posible ese día tan cotidiano que hemos ido olvidando, como si el azar no fuera a golpearnos en nuestra pobre condición humana, en el miedo a la única certeza posible que nos obliga a vivir en la desmemoria constante de la muerte.