En la China de la dinastía Zhou, a la sombra de los arces plateados, el duque Ling ofrecía a su amado Mizi Xia medio melocotón para comer. Es el símbolo del afecto carnal compartido, del amor entre dos hombres.

La cultura homoerótica recorre todos los tiempos históricos, a veces de manera explícita; otras, es una corriente subterránea que esconde un lenguaje visual o verbal solo accesible para quienes conocen las claves y saben ver e interpretar: el amor entre hombres es evidente en Gilgamesh y Enkidu, Alejandro y Hefestión, Adriano y Antinoo porque en la antigüedad grecolatina la homosexualidad no estaba condenada; pero ¿entre el coetáneo pueblo de Israel del Antiguo Testamento? Aquí se prohibe y se persigue. Pese a ello ¿hay imagen más embriagadora que el amor ensalzado entre el rey David y Jonathán? «Tu amor era para mí más dulce que el amor de las mujeres» (II Samuel 1:26).

La Ley puede prohibir, pero la naturaleza termina por desbordarla. Hay lugares públicos que son espacios de intensos intercambios sexuales entre hombres desde hace siglos, como el Jardín des Tuilleries de París o los barrios de Chueca en Madrid, El Eixample en Barcelona o El Carmen en Valencia. Los urinarios, que se empiezan a instalar en el siglo XIX, serán uno de los sitios más característicos de la subcultura gay; en ellos se desarrollan un lenguaje para iniciados: «hacer las tazas» o «invitar a las capillas» no significan nada para el hombre heterosexual, o más específicamente para el policía que vigila las estancias en el meadero (Roger Peyrefitte escribió que la Brigada Mundana de la capital gala había tasado en 3 minutos el tiempo «no sospechoso» de permanencia en el urinario), pero descubren todo un mundo a quien quiere explorar su homosexualidad.

En Extremadura también tendremos nuestras calles, nuestros parques y nuestros espacios de libertad. En el Cáceres de finales de los años 70 se alzará el Malacate, junto a la Mina de La Esmeralda. Y será en esta sala de fiestas, casi clandestina, donde «La Petróleo», mítica drag recientemente homenajeada en Cádiz, ofrezca uno de los primeros espectáculos de travestis que se conocen en la región.

También tenemos una subcultura lesbiana. Las mujeres lesbianas han sido doblemente subyugadas: por su género y por su orientación. Cuando el 19 de marzo de 2015 se debatía en la Asamblea de Extremadura la vigente Ley de Igualdad LGBTI, en la tribuna de invitados asistían emocionadas Paulina y Encarna, que tuvieron que dejar la tierra de sus padres para poder vivir sus afectos.

En Badajoz tuvimos uno de los dos penales específicos con sección para «pervertidos y desviados». En aquella cárcel, hoy Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo, estuvo Antoni Ruiz, cuyo desgarro vital tenemos registrado en el Congreso que, sobre represión franquista de la homosexualidad, organizó la Fundación Triángulo.

Extremadura es una de las comunidades españolas donde más tardó en cuajar el activismo LGBT. Pero será aquí donde un 19 de marzo de 2015 se vote la ley más avanzada en materia de derechos LGBT.

Necesitamos que el gobierno regional ponga todos los medios posibles para que ésta se despliegue y se desarrolle. Y de todos los artículos de la Ley, hay uno especialmente importante: el que permite la constitución del Centro de Memoria Democrática LGBTI.

Necesitamos que se conozcan las luchas, sueños y esperanzas de quienes abrieron culturas subterráneas donde poder vivir en libertad; las pesadillas de quienes sufrieron la represión, las utopías de quienes impulsaron los primeros colectivos. La memoria de El Malacate, de los presos de Badajoz como Antoni Ruiz, de Paulina y Encarna, de la «casa del mariquita» en Cáceres o los primeros bares donde «entender» en Badajoz. Es la memoria de nuestro pueblo y somos sus albaceas.