Durante estos días se agolpan en las librerías de toda España voluminosos libros de "memorias" de algunos de nuestros más insignes mandatarios: José María Aznar ("Memorias I" y "El compromiso del poder"), Alfonso Guerra ("Una página difícil de arrancar", tercera entrega de "Cuando el tiempo nos alcanza" y "Dejando atrás los vientos"), José Bono ("Les voy a contar") o Pedro Solbes ("Recuerdos"); en unos días estará a la venta "El dilema", reconstrucción de los días más graves de la crisis económica, escrito por José Luis Rodríguez Zapatero .

Apasionado por la lectura y por la política, nunca he leído ninguno de esos libros, aunque quizá haga una excepción con el de Zapatero, por razones que no vienen al caso ahora. Si no me han atraído es porque no tengo motivación política (no espero que desvelen informaciones relevantes) ni literaria (no creo que vayan a estar bien escritos). A juzgar por lo que se dice de ellos, no me equivoco en ninguna de las dos cosas, si bien es cierto que en casi todos los casos encontramos alguna "confesión inconfesable" como cebo publicitario.

Hubiera estado bien que Pedro Solbes publicara en su momento ese supuesto informe donde le aconsejaba a Zapatero hacer lo contrario de lo que hizo; pero claro, eso hubiera sido imposible, porque él mismo tuvo un largo debate con el aspirante a ministro de Economía de Rajoy , Manuel Pizarro , defendiendo lo contrario de lo que dice ahora. O entonces no nos estaba diciendo la verdad a los españoles o ahora nos toma por tontos: y esa es una responsabilidad que debe asumir en primera persona. Lo mismo sería aplicable a diferentes confidencias de Bono, Aznar o Guerra. Les agradeceríamos a nuestros políticos que hablen cuando toca, cuando tienen la responsabilidad de hacerlo, y no cuando a ellos les interesa, casi siempre para exculparse de responsabilidades que son solo suyas o para buscar mayor prestigio público.

XPOR OTRO LADO,x excepto Zapatero (53 años), tanto Aznar (60) como, sobre todo, Guerra (73) y Solbes (71) --o Juan Carlos Rodríguez Ibarra (65), que también tiene su propio libro de memorias ("Rompiendo cristales") y Felipe González (71), que no ha publicado aún memorias pero sí diversas reflexiones políticas-- pertenecen nítidamente a una misma generación; y, concretamente, excluyendo quizá a Aznar, a la generación que construyó la Transición española desde diversas posiciones de responsabilidad política. Esto no es irrelevante, porque sus escritos, su "memoria", es y se irá consolidando como la memoria de ese proceso y sus consecuencias. Y eso también supone una enorme responsabilidad de la que no todos parecen conscientes.

Excepto Rodríguez Ibarra, que públicamente ha dicho y escrito que ha habido errores y que hay que dar paso a otras generaciones que vean las cosas de otro modo, todos los demás se atrincheran en la glorificación de la Transición, una defensa cerrada del proceso democrático en que desembocó y una posición personal más allá del bien y del mal desde la que pueden impartir doctrina. Lo cual, mirando a nuestro alrededor y viendo el estado de las cosas resulta, además de inverosímil, manifiestamente patético.

Empieza a irritarme el concepto de memoria histórica. Primero, porque es de una vacía redundancia, ya que toda memoria es histórica y toda historia depende de la memoria; segundo, porque se quiere otorgar con ello carta de naturaleza objetiva a lo que no deja de ser un relato subjetivo; y tercero, y sobre todo, porque sirve para imponer un único modelo de pensamiento sobre acontecimientos que están repletos siempre de aristas. Así que sería bueno desmembrar ese concepto en los dos que contiene, memoria e historia, y dejar la historia para los historiadores, y que la política se encargue, efectivamente, de la memoria. Pero de una memoria que, asumiendo que es inevitablemente subjetiva, sea leal con el pasado y favorezca la construcción del futuro.

Y bajo esta perspectiva sí serían valiosísimas las memorias de nuestros políticos. Unas "verdaderas memorias". Porque una Segunda Transición será irreversible en España, tarde más o menos en producirse, y volverá a ser fallida si no contamos con una memoria cierta, sólida, leal y constructiva de la que se llevó a cabo entre 1975 y 1978. Los historiadores pueden hacer una parte, pero hay otra que solo pueden aportarla sus protagonistas.

Santiago Carrillo (1915-2012) perdió su ocasión en sus "Memorias" (1994) y Adolfo Suárez (81 años) --vértice de todo el proceso de la Transición-- es, a causa de su desgraciado alzheimer, toda una metáfora de esa ausencia de memoria. No sé si ya estamos a tiempo, pero sí estoy seguro de que sin la fidelidad a los hechos políticos, estamos condenados a cometer los mismos errores que los historiadores solo podrán constatar.