XLxa mentira asociada a la propaganda, como instrumento de influencia y control del poder sobre las masas de los ciudadanos fue elevada a la categoría de técnica y norma por los regímenes totalitarios del siglo XX. Cualquiera que recuerde el franquismo y lo sucedido con los regímenes totalitarios del este y del oeste de Europa, sabrá realmente de lo que hablamos. Ahora bien, ¿se ha usado una mentira, asociada a la propaganda, como arma de destrucción masiva en el combate político también en los estados democráticos?, ¿se ha utilizado en la España constitucional, de la democracia restaurada en 1978 la mentira como instrumento para alcanzar objetivos políticos por algún grupo partidario? Yo tengo que contestar con un rotundo sí. Es más, creo que se han producido en nuestro país acontecimientos que ponen de manifiesto de qué manera se ha intentado manejar y mentir a la opinión pública, haciendo realidad aquello que Maurice Joly , un francés de la época bonapartista de Napoleón III , dejó escrito en un magnífico ensayo titulado Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu . Allí dice el personaje Maquiavelo, hablando de la opinión pública, que cuando se conocen los resortes ocultos del poder resulta fácil hacerle expresar lo que uno desea: "Antes de soñar siquiera en dirigirla es preciso aturdirla, sumirla en la incertidumbre mediante asombrosas contradicciones, obrar en ella incesantes distorsiones, desconcertarla mediante toda suerte de movimientos diversos, extraviarla insensiblemente en sus propias vías?

Este fue precisamente el manual que algunos utilizaron entre el 11 y el 14 de marzo del 2004. Este es el recetario que siguen utilizando y que ha impedido que las fuerzas políticas parlamentarias hayan sido capaces de aprobar por consenso las recomendaciones surgidas de la mayoría de los grupos que integran la Comisión del 11-M y que no tienen otro objetivo que establecer las medidas necesarias para reforzar la lucha contra el terrorismo e impedir que hechos similares al atentado genocida vuelvan a ser sufridos por los sectores populares y trabajadores de nuestro país, como ocurrió en Madrid.

El segundo mandato del señor Aznar tuvo varios episodios de enorme trascendencia política y social que conmocionaron muy profundamente a los españoles.

Nuestra comunidad nacional se vio sacudida en su totalidad por el escándalo que representaba la posición autocrática y beligerante de su Gobierno en la realización de una guerra innecesaria de agresión a un país subdesarrollado utilizando el pretexto que resultó ser falso de la existencia de armas químicas, biológicas y nucleares de destrucción masiva. La foto de las Azores con el presidente Bush y el premier británico pusieron de manifiesto una sobreactuación neo-colonialista por parte del señor Aznar, similar a otras sobreactuaciones, como la que hizo en televisión o en el Congreso de los Diputados intentando convencer al público de que decía la verdad.

Pero el pueblo español no se dejó engañar. Más del 70 por ciento manifestó de diversas maneras su oposición a la guerra. Del mismo modo que tampoco se dejó engañar entre el 11 y el 14 de marzo del 2004. Un pueblo vivo que ha estado siempre muy por delante de sus clases dirigentes volvió a manifestar su disentimiento e incredulidad. No se dejó aturdir por la reiteración obsesiva de la versión del atentado que el Gobierno estaba transmitiendo a los medios de comunicación. Buscó la verdad entre las enmarañadas incertidumbres que artificialmente se le fue arrojando desde el poder. Rechazó las asombrosas contradicciones que trataban de hacer creer la existencia de colaboraciones y coaliciones entre terroristas islámicos y los nacionalistas identitarios de la ETA. No hicieron mella en el pueblo las incesantes distorsiones de la realidad artificialmente urdidas. Ni la sucesión de toda suerte de movimientos diversos para manipular la realidad le fueron creíbles. El pueblo español, en suma, impidió que le extraviaran y asumió el papel de protagonista autónomo que ha debido adoptar siempre que en nuestra historia se han planteado ocasiones similares, tomando en sus manos la decisión suprema sobre su propio destino.

Tal es la lección que debemos extraer de aquellos acontecimientos aún tan cercanos en el tiempo. Fuimos víctimas del atentado más trágico y demoledor que ha sufrido la historia europea reciente y esto no debe volver a ocurrir. Pero pudimos también haber sido víctimas de una mentira que, descubierta al día siguiente de la celebración de las elecciones, hubiera desestabilizado profunda y gravemente nuestra convivencia y nuestro régimen constitucional y democrático. Porque ningún gobierno hubiera podido sobrevivir bajo la sospecha de un engaño tan deliberadamente urdido para sacar ventajas políticas de una versión de los hechos. Otra conclusión importante que debemos extraer es que la mentira, política o de otro género, destruye la confianza entre las personas y los grupos, genera insolidaridad y dinamita las reglas del juego democrático. La mentira para manipular a la opinión pública es incompatible con la democracia y con el principio de soberanía popular que se fundamenta en la existencia de ciudadanos libres.

*Diputado socialista