Con buen criterio, aunque algo tarde, el Gobierno de España ha prescindido de la comparecencia de las fuerzas de seguridad del Estado (Ejército, Guardia Civil y Policía) en la rueda de prensa diaria con motivo de la crisis del covid-19. No estaba siendo bueno ni para la ciudadanía, ni para el Gobierno ni para las propias fuerzas de seguridad.

Se trataba de un elemento más —aunque importante— de la estrategia de comunicación diseñada por Iván Redondo: plantear un escenario de guerra en el que hay un enemigo contra el que luchar (el virus), un general con poder absoluto (el presidente), unos héroes (el personal sanitario), unos colaboracionistas con el enemigo (cualquiera que no apoye al Gobierno incondicionalmente), «moral de victoria» (en palabras originales del Jefe del Estado Mayor de la Defensa), y la unidad como única garantía de éxito en la guerra.

A nadie se le escapa que esto es solo un relato. Los virus, para la mayoría de los científicos, ni siquiera son seres vivos (no tienen células, ni metabolismo, ni se reproducen autónomamente). Pero, de considerarse vivos, lo que es seguro es que no tienen voluntad, es decir, que no nos contagian porque quieren. No existe, pues, una «guerra» entre dos ejércitos conscientes de que quieren destruirse mutuamente.

Los relatos en política han existido siempre. Diríase que son casi imprescindibles para comunicar a la ciudadanía realidades complejas en pocas palabras, de manera que puedan llegar racional y emocionalmente. Sin embargo, la perversión de la política durante las últimas décadas les ha otorgado un papel excesivo, hasta el punto de sustituir a la realidad o, cuando menos, de distorsionarla tanto que se termina haciendo irreconocible.

El término «spin-doctor», que en la actualidad define lo que desde el Sacro Imperio Romano-Germánico se llamó «consejero áulico», es un asesor político con enorme poder en las maquinarias institucionales que se encarga, entre otras cosas, de diseñar relatos. Curiosamente, el término «spin», en relaciones públicas, tiene que ver con la propaganda, es decir, con la creación de imaginarios para colocar a la opinión pública a favor o en contra de quien gestiona una realidad que siempre es distinta a su relato.

Es un acierto que las fuerzas armadas desaparezcan de las ruedas de prensa, pero el lenguaje de guerra se conserva. Se sigue diciendo que el confinamiento es «ponerse a cubierto» (como si hubiera disparos), que hay que «vencer la batalla» (como si el virus tuviera una estrategia) o que se están logrando «victorias parciales» (como si hubiera batallas que nos llevan a ganar una guerra). También es necesario acabar con ese lenguaje. Con todo el relato.

El imaginario de la guerra no es un imaginario cualquiera. Precisamente porque la política es lo contrario a la guerra, aunque el general prusiano Carl von Clausewitz dijera que «la guerra es la continuación de la política por otros medios». Hablar de guerra es reconocer que no hay política. Y esto encaja, por desgracia, en el desesperado intento por hacer creer a la ciudadanía que la política no puede hacer nada aquí: ni pudo prever la aparición de un nuevo coronavirus, ni pudo prevenir la catástrofe sanitaria, ni puede hacer más de lo que está haciendo. La realidad se ha encargado de desmentir todo esto, y se seguirá encargando. Pero lo peor del relato que superpone la guerra a la política no es que sea falso, sino que es peligroso.

Los que, desde el lado de la ultraderecha, llevan meses alentando ese relato con la idea de los «enemigos de España» supongo que estarán encantados. También lo estarán quienes, desde el independentismo, venían hablando del «frente de Madrid» o de las «trincheras de resistencia». Ya teníamos en España demasiada gente interesada en enterrar la política bajo el lenguaje bélico, como para que el covid-19 se convierta en una excusa más. Es necesario que se asuma desde las instituciones que todo es política, también la gestión de esta crisis. Y, en consecuencia, que se sustituya el lenguaje bélico por un lenguaje cívico que siente las bases de la nueva sociedad que, sin duda, se deberá abrir paso tras este desastre.

* Licenciado en CC de la Información