Tanto el concepto de «ciudadano» como el de «pueblo» son antiguos y ambiguos, significan muchas, confusas y, a veces, amalgamadas cosas (un «pueblo» puede entenderse -por ejemplo- como un conjunto particular de «ciudadanos»). Pero hay aspectos notables en los que ambos conceptos se oponen. El concepto de «ciudadano» implica individualidad y universalidad, y el de «pueblo» comunidad y particularidad. Diríamos, de un modo un tanto filosófico (pero espero que comprensible), que un ciudadano es un individuo determinado por leyes que tienden a ser universales, y que un pueblo es una comunidad determinada por una cultura que es, por definición, particular.

El concepto elitista de «ciudadano» (como sujeto portador de derechos políticos que discriminan a mujeres, esclavos o extranjeros) va evolucionando en la era moderna hacia lo que tiende a significar hoy: un sujeto detentador de derechos fundamentales (los Derechos Humanos); incluyendo el derecho de asentarse en otro estado si en el suyo no se respetan aquellos derechos más fundamentales. Un ciudadano moderno es, pues, el que se rige por derechos tan universales que trascienden el marco del estado-nación. Por eso suele decirse que ciudadano se es de un país pero también (o más aún) del mundo. De un mundo civilizado, claro; pues la «civilización» -no la nación- es la patria natural del «civis» o «ciudadano».

El ideal moderno de ciudadanía es, así, inseparable de la utopía cosmopolita: un mundo sin fronteras en el que todos somos iguales en derechos y libres para emprender y compartir nuestra vida allí donde queramos. Poco que ver, como se ve, con los ideales y utopías del nacionalismo.

Si el cosmopolitismo está fundado en la idea de «ciudadanía», el nacionalismo está fundado en la idea de «pueblo». La nación se entiende como el patrimonio de un pueblo, y un pueblo se entiende como una comunidad determinada por rasgos concretos comunes (presuntos rasgos étnicos o «psicológicos», una historia y cultura compartida, una lengua propia...). Estos rasgos -como concretos que son- no se dejan universalizar (la única forma de expansión nacionalista es, pues, la de la supremacía de los rasgos propios). Y es por esto por lo que el concepto de «pueblo», para que tenga sentido en el discurso universalista de la izquierda (clásica), ha de romper su vínculo con la idea de nación («los pueblos») y confundirse con la de Humanidad o ciudadanía cosmopolita («el Pueblo») -añadiendo la exigencia más propia a la izquierda: una igualdad de derechos real-.

Es por esto último por lo que suena extraño oír en gente de izquierdas una defensa cerrada de la «autodeterminación de los pueblos». El asunto es complejo. Tiene que ver con la crisis de los grandes discursos sistémicos como el marxismo, y con el consiguiente auge de una izquierda posmoderna, minimalista, y seducida por una variedad de relatos más o menos anti-ilustrados (ecologismo, anti-imperialismo, popularismo, comunitarismo...). Pero, por seductor que sea, el relato de la «autodeterminación de los pueblos» (no hablo de otros) da mucho que pensar.

¿Qué entidad jurídica tiene «un pueblo»? ¿Qué tipo de voluntad o ansia de libertad -por ejemplo- puede atribuirse a una abstracción semejante? ¿Tienen todos los pueblos el mismo derecho a un Estado donde instituir sus propias leyes? ¿También los que las justifican por motivos religiosos? ¿O los que maltratan a las mujeres o los homosexuales? ¿O los que establecen castas? ¿O los que no consideran como un valor la autonomía individual o el pensamiento crítico?...

Pese a todas las sospechas que pueda despertar un mundo de estructuras nacionales cada vez más laxas y permeables, no hay principio de la izquierda (igualdad, solidaridad, paz, libertad...) que pueda prescindir, para justificarse, del ideal de una ciudadanía cosmopolita. Como tampoco hay forma de defender las ideas de «pueblo» y «nación» que no conculque alguno de (si no todos) aquellos principios. La comprensión del concepto de «pueblo» en el imaginario de la izquierda ha de ser revisado. El populismo no siempre es de izquierdas. El nacionalismo y la autodeterminación de los «pueblos» tampoco.