La práctica deportiva ha sido siempre considerada como una forma de desarrollar coordinadamente el cuerpo y el espíritu de los jóvenes; pues cuando mantienen la flexibilidad de sus músculos, la plasticidad de sus huesos y articulaciones y la fuerza de su corazón para auxiliar con sus latidos la necesidad de aire y vida para mantener el esfuerzo físico, ayudan de la misma manera a que su mente se abra al pensamiento, a la reflexión y a la adquisición de conocimientos por los mismos mecanismos y cualidades que les da su inmadurez.

"Mens sana in corpore sano", repetía el viejo axioma olímpico para subrayar la necesidad y el paralelismo entre el ejercicio físico de nuestros músculos y la viveza lúcida de nuestra mente. Los jóvenes atletas que vencían en las disciplinas o juegos que se hacían en honor a Zeus , en Olimpia, --entre los olivares del Peloponeso-- en Delfos, en las palestras junto al templo de Apolo o en Corinto, en honor de Esculapio, eran coronados y declarados "semidioses" para que sirvieran de ejemplo a todos los adolescentes griegos que quisieran conseguir la perfección, la belleza y la sabiduría: los tres pilares de la grandeza humana.

¡Lástima que aquellos ideales y aquellos ejemplos se hayan perdido ya en nuestros tiempos¡. Cuando el barón Pierre de Coubertin intentó resucitar a finales del siglo XIX, aquel "espíritu olímpico", recuperando la llama sagrada en las mismas ruinas augustas del Peloponeso, en las que se habían celebrado durante siglos los brillantes Juegos en honor de Zeus y de su esposa Hera ; pensaba, sin duda, en la honestidad deportiva de aquellos jóvenes helenos que volcaban su esfuerzo, su fatiga y el sacrificio de su duro entrenamiento en conseguir honradamente el laurel y la gloria con que se coronaba su cabeza, en caso de vencer limpiamente a sus rivales: "Lo importante no es ganar los trofeos, sino participar en las competiciones", repetía el ilusionado Barón, como esencia y principio de las Olimpiadas.

XPRIMEROx fueron las nefastas influencias políticas las que vinieron a devaluar las ingenuas y sanas intenciones de los atletas en su noble participación. Los Juegos Olímpicos se irían convirtiendo en instrumentos de propaganda, a nivel mundial, de las "superioridad" nacional, económica o racial de aquellas grandes potencias, frente a sus oponentes deportivos. Ya no era suficiente participar, había que ganar en cada una de las pruebas y lucir cada nación un brillante y sonoro palmarés. Para ello aparecieron en cada equipo nacional los estimulantes, excitantes y dopantes que incrementasen las cualidades físicas de los atletas, aunque su salud se viese seriamente quebrantada. París, Saint Louis, Londres, Amsterdam o Berlín, para incrementar su propaganda y su orgullo nacionalista, prepararon "Ciudades Olímpicas" que fueran impresionantes y asombrosas. Escenarios diseñados con grandes graderíos, palestras, estadios y alojamientos que fueran muestra y escenario de sus "grandezas", más que de sus virtudes deportivas.

Luego vino la exaltación étnica por parte de Hitler en los Juegos de Berlín de 1936: una exhibición de fuerza y poder; donde se esperaba el triunfo racial de los atletas arios o indogermánicos. Pero como las pruebas de velocidad las ganó un afroamericano llamado Jesse Owens , y otras las ganarían judíos polacos y checos, el "Fürer" se ausentó del estadio para no entregar esas medallas de oro y ni tener que dar la mano a los vencedores.

Después de la hecatombe de la II Guerra Mundial, durante la cual los Juegos estuvieron olvidados, un nuevo elemento devastador se uniría a los ya consagrados; la propaganda derivó en publicidad mercantil, y el factor "dinero", con su fuerza corruptora, volvió a atentar contra la pureza e integridad del "espíritu deportivo". Pureza e integridad que se han visto también, en nuestros días, afectadas negativamente en las celebraciones de otros campeonatos, pruebas, competiciones de todas las variedades del deporte. Como en el ciclismo, para poner un ejemplo. Porque ganar es lucir, enriquecerse, destacar en los círculos del "famoseo"; y perder es quedar en el margen y en el olvido.

Madrid se prepara ya para ser Sede Olímpica en el 2020; sus méritos como ciudad y el prestigio y simpatía de sus habitantes bien lo merecen. Pero quizá convenga empezar depurando el ambiente en los mismos círculos deportivos de las corruptelas y despropósitos que ya comienzan degradar el viejo axioma de "Mens sana in córpore sano".