Dramaturgo

Cuando uno no ha naufragado nunca, se le nota torpe y tiende a exagerar las reacciones lógicas: Las horas se hacen larguísimas, el horizonte hipnotiza un horror y se le mira mucho, y todos los bichos nos parecen venenosos. Dos años después la cosa cambia y se siente como pez fuera del agua pero rodeado por todas partes por agua. Las horas tienen sesenta gotas de agua, el horizonte es unos días más atractivo que otros, según el color del agua, y los bichos se cuecen y dejan de ser venenosos. Es el momento de subir un escalón tecnológico en los planes de progreso dentro del naufragio y para ponerse a investigar a lo I+D todo lo que rodea. Toda investigación necesita tiempo y medios, y un náufrago tiene tiempo y arena por un tubo para investigar. Por eso tras doce años de detallado escrutinio en las solitarias playas, el gozo del náufrago llega a extremos inimaginables cuando un día vislumbra un pequeño reflejo que tira, tirando, es el inicio del cuello de una botella de Cruzcampo con corcho y papel dentro.

¿Se imaginan el gozo? Pues imagínenselo porque pueden pasar más de cuatro horas antes de que el náufrago extraiga el tapón, desenrollo el papel y lo lea. Cuatro horas con el corazón en un puño, las fosas nasales abiertas y la respiración de enfisema para arriba. Cuatro horas para poder leer, doce años después, un mensaje inteligente (ya que los surcos de las tortugas sobre la arena sólo escriben gilipolleces) y cuatro horas para ver cómo dependemos de los demás si es que siguen habiendo demás.

No hay prisas, total tiene tiempo el náufrago para desentrañar las palabras del mensaje: "No esté solo. Contrate el Plan Movistar anual con tarifas reducidas".