El primer viaje apostólico del Papa Francisco tiene muchas lecturas, pero todas se concentran en una. Su presencia en Río, para presidir la celebración de las 28 Jornadas Mundiales de la Juventud, se ha convertido en una muestra sistemática y contínua de los gestos que han caracterizado hasta ahora su presencia en un Vaticano que, como mínimo, puede decirse que es reticente a las propuestas de renovación de Bergoglio.

La jugada de la Curia, al maquillar el expediente de monseñor Battista Ricca , escogido por el Santo Padre para vigilar el funcionamiento del Instituto para las Obras de Religión (IOR), debe contemplarse también como un gesto, en este caso ciertamente hostil que prevee un escenario complicado para cuando empiece de verdad la reforma prometida por Francisco. Al saberse su pasado turbio (tras una interesada filtración), Ricca tuvo que dimitir y el Papa comprobó en propia piel cómo funcionan los pasillos de la Santa Sede.

Con este bagaje, Bergoglio aterrizó en Brasil para una visita programada por Benedicto XVI que no ha sido la de un jefe de Estado sino la de un pontífice interesado en dejar constancia de sus preocupaciones sociales y que no ha dudado en hablar de la ±incoherencia de los ministros del EvangelioO para explicar la desafección que los jóvenes sienten en relación a la fe.

El primer desplazamiento del Papa a la isla de Lampedusa (donde expresó su solidaridad con los más desprotegidos) fue el prólogo de este retorno a su América Latina que se ha visto trufado de simbolismos, como la visita a la favela de Manguinhos, su encuentro con presos, su voluntad de desprenderse de oropeles y de acercarse a la población o como su peregrinaje al santuario de Aparecida, allí donde hace seis años fue él mismo quien dirigió la redacción de un documento histórico para la Iglesia iberoamericana.

Sin entrar todavía en asuntos delicados como el aborto, el discurso de Francisco, apoyado por miles de jóvenes, interpela con su lenguaje llano a una sociedad que premia el pragmatismo y adopta como norma la "la exclusión y el descarte". Y contrapone una visión humanista que acentúa la necesidad de implicarse con los más desfavorecidos. Gestos importantes de renovación y apertura que se han desgranado en Río y que tendrán que empezar a demostrar su eficacia, sin más dilación, a partir de hechos concretos.