WAw l Gobierno del primer ministro británico, Gordon Brown, no le queda más remedio que apresurarse a dar explicaciones acerca de las circunstancias que desencadenaron la muerte en Londres del repartidor de periódicos Ian Tomlinson el 1 de abril. Las imágenes difundidas por The Guardian resultan de una claridad diáfana en cuanto al comportamiento inapropiado de la policía, que agredió y derribó a un tranquilo paseante --Tomlinson--, que poco después falleció a causa de una crisis cardiaca. El "ataque nauseabundo y no provocado" del que habla la oposición liberal no ofrece dudas; sí las ofrece, en cambio, la primera versión suministrada por las autoridades, que atribuyeron la muerte a causas naturales y soslayaron el comportamiento de los agentes. Lo cierto es que llueve sobre mojado en el esfuerzo de los mandos por encubrir la conducta, en otro tiempo ejemplar, de la policía londinense. La muerte en el metro de Londres de un ciudadano brasileño en los días que siguieron a una serie de atentados islamistas (julio del 2005) quiso envolverse en una confusa explicación que, a fin de cuentas, resultó ser una patraña pensada para eludir responsabilidades y poner a salvo de críticas a los policías que dispararon. Entonces, como ahora, se dijo que la fatalidad había desencadenado el suceso, pero la verdad es que, tanto en aquella ocasión como en la presente, la policía parece fuera de control cuando debe hacer frente a situaciones especialmente difíciles.