La mayoría de las veces la gente utiliza la sinceridad sin pudor. Cuando alguien dice: te voy a decir la verdad, siempre es algo malo: estás más gordo, estás enfermo o van a despedirte. Desconfío de quienes presumen de ser demasiado sinceros, de aquellos que utilizan la verdad como un arma. Existen mentiras piadosas, pero verdades desnudas: dime que me quieres, aunque sea mentira, pero dímelo, cantamos, quizá porque entendemos que la verdad puede ser algo peligroso. Vivimos más felices así, no vaya a ser que nos haga daño tener los ojos demasiado abiertos. En general aceptamos la mentira como convención social, como forma de relacionarnos.

Todo crea un campo abonado para que aceptemos las trampas colectivas: las promesas electorales, las armas de destrucción masiva, OTAN de entrada no, y otras tantas. Por ejemplo, los eufemismos no dejan de ser un maquillaje, una forma de tapar con palabras lo que no se puede esconder a la vista. A lo mejor nos dejamos engañar tan fácilmente porque a veces también nosotros somos los embaucadores.

Si ocultamos datos a Hacienda o no pagamos el IVA nos convertimos en el lazarillo que come uvas más rápido que el ciego. Por qué no vamos a cogerlas de tres en tres si aquí se arrancaban por racimos y nadie decía nada. Vivimos en un mundo irreal, una burbuja donde todo parece favorecer el engaño. La realidad empieza en el momento en que dejamos de mentirnos para poder enfrentar la mentira colectiva. Ya nos lo dijo Machado : ¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela. A él le costó una patria, pero sigue siendo un buen consejo en tiempos de incertidumbre.