La ternura tiene su acomodo en ellos. Los códigos mercantiles deberían darles blanca perpetua. El de Badajoz es más coqueto que el de Cáceres. El de Cáceres está más repleto. Mercados navideños, gracias por hacerme creer que aún soy niño. Me compré un torero que se mueve a cuerda por cinco euros. Su cuerdita, su pasito sincopado, su grana y oro de corta y pega, su ruidito de cacharro escacharrado,… su alma de pasodoble.

Cáceres anda parada. Al menos eso les oí a dos hombres y a una mujer de cierta edad, o sea, de edad longeva, en el mercadillo navideño de Cánovas. Al paso pude oírles cuatro palabras que se me antojaron enciclopédicas. Pudiera ser, decía uno de ellos dos, que entonces, al ser jóvenes, lo viéramos de otro modo. Y ella le subrayaba el razonamiento diciendo: esto está cateto, aquí no hay vida para los jóvenes, esto está parado. Y los dos caballeros asentían. No pude oír más, pero tras unos pasos, me volví hacia ellos, y se me han quedado en la memoria. Los mercadillos navideños han nacido para despertar, a ciertas edades (longevas), la pena por lo ido y lo no venido.

Mi torero de cuerda adelanta la muleta como anunciando un pase cambiado. Evidentemente, esto, el chino que supongo lo diseñó, lo ignora. Pero mi torero de cuerda adelanta la muleta como si fuera a dar un pase cambiado por la espalda. Eso pienso, y pienso también que lo que pienso no tiene demasiado fuste. Otra vuelta al ruedo del mercadillo pacense de San Francisco, saludando a los amigos vivos y elevando la mirada a los tendidos por los que se fueron. Y me asalta el recuerdo de cuando «en mis sienes había noche y en las suyas madrugá…».

El mercadillo de Cáceres está bien surtido. Es algo más prosaico que el de Badajoz, pero tiene los puestos más tupidos, como cesta navideña de rico. En Cánovas no lucen los belenes, ni los dulces de las monjitas, ni el camión del chocolate y churros,… Pero tiene lo suyo: uno que vende gorras, dos que venden plata y tres nobilísimos comerciantes de libros para quienes prefieran cenar por Nochebuena sopa de letras,… A uno de los plateros le compré una cruz de Santiago el año pasado y éste, ay…, una calavera cruzada por dos tibias. Badajoz, en cambio, no tiene libros a la venta en su mercadillo; tiene agendas de colores, cueros, plumas de ave, un extraño puesto de artículos de broma y otro de té moruno. Juguetes de lata hay en las dos, Cáceres y Badajoz. Pero mi torero no es de lata. Es de plástico; pobre y feo. Mueve la cabeza a cada paso, y cada paso le dura un parpadeo. Arrastra los pies por un mi albero imaginario. En Badajoz suena música en tono de paz. En Cáceres no la oí.

No sé qué les espera a los querubines extremeños a los que se permita nacer en los tiempos presentes, ni si habrá mercadillos navideños dentro de unos años. Ni si estaremos vivos, ni si el tren que se los lleve será capaz de retornarlos, ni si veremos los campos abandonados y Extremadura en Cierre por Jubilación. Mi torero de cuerda tiene una montera que parece un tricornio; mi torero lleva la muleta en la izquierda y la derecha desnuda. En mayo habrá elecciones, pero mi torero de cuerda ni bota, ni salta; solo arrastra los pies por un mi albero imaginario. Al llegar a casa no supe qué hacer con mi torero. Ni dónde dejarlo. Me dio un no sé qué, un qué sé yo, esconderlo y matarlo siendo Navidad. Mi torero, como las muñecas de Famosa, arrastra sus pies por un mi albero imaginario y, como ellas, lleva mensajitos de cariño y amistad. Al final, lo dejé en una estantería del cuarto de mi hija. Ella no está, así que no protestará. Y no está porque se fue.