WDw espués de dos presidencias políticamente débiles --Austria y Finlandia--, la Unión Europea se ha puesto en manos de Alemania para reflotar la Constitución, hacer un frente común con Estados Unidos ante la competencia no siempre leal de los tigres asiáticos --China en particular-- y mejorar su influencia en la gestión de las crisis de Oriente Próximo. El hecho de que, además, Alemania ostente la presidencia de turno del G-8 confiere a la canciller Angela Merkel todos los atributos para sacar a los Veintisiete de la pasividad y la autocomplacencia que paralizan su proyección exterior e hipotecan el futuro europeo.

El despliegue diplomático se completará con las estancias en Estados Unidos del presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, y el responsable de la Política Exterior de la UE, Javier Solana, que debe entrevistarse con la secretaria de Estado, Condoleezza Rice. Quieren aprovechar el ascenso de los pragmáticos en la Administración de Bush para aportar el toque europeo a un sistema de relaciones internacionales desquiciado por el caos iraquí, la efervescencia islamista y el clima de provisionalidad que ha seguido a la guerra del Líbano.

Para sacar del atolladero al proceso constituyente europeo, Alemania precisa garantizar que la solidez del vínculo atlántico goza de parecida salud a la que disfrutó hasta que el presidente Bush decidió invadir Irak. Sin esta condición, los países más declaradamente afectos a la causa de la política exterior norteamericana --el Reino Unido, los socios nórdicos y el grueso de los nuevos miembros-- difícilmente apoyarán fórmulas que, a la larga, entrañan un mayor compromiso político.