TAt medio camino entre la ciencia ficción y el capital riesgo, Elon Musk presentó el Hyperloop, una especie de tren supersónico con el que podríamos desplazarnos de Barcelona a Madrid en 35 minutos. Desde la Europa racional y conservadora, este tipo de proyectos siempre tienden a equipararse con las estafas de los charlatanes en las películas del Oeste. Desde la cultura norteamericana del riesgo, este tipo de visionarios generan una admiración similar entre los medios de comunicación populares y entre los fondos de inversión.

Es la diferencia entre las sociedades que priman el talento y las que consideran que lo tienen todo inventado. Lo de Musk nace siempre como una idea más que como un proyecto. Pasó con el Pay Pal o con sus coches eléctricos a bajo precio. Lo más curioso del Hyperloop es que su objetivo es ahorrar dinero a los contribuyentes. Según este fiel discípulo de Merkel , el nuevo medio de transporte podría unir San Francisco y Los Angeles a 1.200 kilómetros por hora con una inversión de 6.000 millones de dólares frente a los 68.000 que costará una línea convencional de alta velocidad. Quizá el sistema electromagnético que propone Musk sea técnicamente inviable, pero en todo caso apunta a una necesidad de futuro: asegurar los servicios públicos a base de reducir sus costes en lugar de subir los impuestos.

El escepticismo por la apuesta de Musk responde en parte a esta especie de fatalidad posmoderna que nos invade a principios del siglo XXI. Científicos y técnicos reciben más aplausos y recursos cuando se dedican a pronosticar las desgracias que vendrán que cuando intentan hacer posible lo que parecía una quimera. Y esta mentalidad conservadora, especialmente en los territorios con mayor bienestar, resulta sumamente paralizante. En lugar de buscar nuevas soluciones a los nuevos retos, el discurso dominante se centra en pronosticar calamidades. No hay mejor manera de que algunos mantengan sus privilegios que detener el progreso que podría moverles la silla. Julio Verne lo sabía perfectamente. Por eso les hizo creer que eran novelas.