Es grato encontrar en eso que hemos dado en llamar actualidad a alguien que no tiene cara de golfo, o cara de amparar y proteger a los golfos. El sumario del caso Gürtel no es un álbum de futbolistas precisamente, sino que cuantas jetas contiene su friso merecerían aparecer de frente y de perfil con un número debajo, y no sólo las de los actuales imputados. La cara de Messi es otra cosa, y su aire de pillería tímida y juvenil pertenece a otra esfera, del mismo modo que su fortuna, pues se trata de un chico multimillonario, tiene otro origen. Habrá otras, pero la de Messi está claro que procede de su trabajo.

Es cierto que las nóminas de los futbolistas de éxito como él son escandalosas, pero no lo es menos que a veces, excepcional y momentáneamente, podemos olvidarnos de ello: estando el fútbol como está, en manos del podrido dinero, partidos como el que cuajó Messi la otra noche lo redimen. Y, de paso, nos redimen a los que nos sigue gustando el fútbol pese a todo. Había 21 millonarios más como él sobre la hierba del Nou Camp, y millonarios, además, del tipo de los que se olvidan que lo son durante el partido y se revientan a correr, pero siendo el gol la sal del fútbol, si objeto, su sentido, su gracia, la suma y la cifra, también Messi redimió a sus compañeros y a sus adversarios, ninguno de los cuales rascó bola, salvo uno del Arsenal que marcó de chiripa. Messi los marcó todos, como casi siempre, de modo que el chico es de los pocos ricos que, si acapara, reparte.

El caso Gürtel y su anexo en semipenumbra, el de la corrupción en el seno del PP, arroja a la actualidad un montón de caras, de nombres, de tipejos, que pertenecen a parásitos de la sociedad, a esos que se lo llevan todo y no dejan, a cambio, nada. Messi, que también está forrado, deja bastante: trabajo bien hecho, excelencia, plasticidad, emoción, placer, sorpresa..., lo cual no es poco en los tiempos que corren. Y, encima, restaura el misterio de un juego simplicísimo, el fútbol, que nos permite olvidar por un rato el dinero.