La catarata de elogios para Leo Messi no por habitual debe dejar de ser reseñada. La última hazaña de la estrella argentina de Barcelona ha despertado una rendida admiración en todo el mundo futbolístico porque el mago azulgrana sigue guardando un nuevo conejo en su inacabable chistera. Ante el Liverpool, fue el artífice de dejar al equipo a las puertas de la final de Madrid con el que es su gol número 600 con la camiseta del Barça desde que sumara el primero en el Camp Nou ante el Albacete, el 1 de mayo del 2005. Un Messi casi adolescente enseñaba su prodigiosa patita izquierda en el equipo que lideraba Ronaldinho. El miércoles llegó a las seis centenas con un gol soberbio: un lanzamiento desde 29 metros que fue un prodigio de ejecución. Probablemente, uno de los mejores tiros de falta de su carrera, por no decir el mejor. La madurez de un jugador de 31 años, en quien no se atisba el declive deportivo, va unida al peso añadido que ha ganado como capitán del equipo. Esta temporada heredó el brazalete de Andrés Iniesta, y Messi, que siempre ha ejercido de líder silencioso, ahora también lo es como portavoz ante la opinión pública. Así cabe interpretar sus palabras de inicio de curso, cuando marcó el reto decidido de recuperar la Champions. Y también en la celebrada noche del miércoles, sin ir más lejos, cuando tras su exhibición pidió al público del Camp Nou que cese en sus silbidos a Coutinho en beneficio del equipo.