Miryam de Nazareth , hija de Ana y Joaquim , esposa de José y madre de Y suah en Nazarí --Jesús el Nazareno --, debió ser una doncella de ascendencia humilde, de carácter sumiso y muy joven, apenas con 12 años, que contrajo desposorios con un muchacho de 18 o 20, que era carpintero --o, al menos, así nos lo retrata el Evangelio de San Lucas -- en el pequeño pueblo judío de Nazareth, en la comarca de Galilea. Ninguna otra aspiración debió guiarla para contraer nupcias que dar abundante descendencia al humilde carpintero rural con el que se había desposado.

En todas las crónicas y referencias narrativas dedicadas a la vida y muerte de su hijo --incluidos los Evangelios, que fueron muy posteriores a los hechos que cuentan-- siempre aparece como una madre angustiada, triste y desdichada, pendiente de los avatares que le llevaron a la cruz, en el monte Gólgota, cerca de Jerusalén. Después, ella misma, junto a algunos de los compañeros y apóstoles de su hijo, seguiría viviendo humildemente, apartada y olvidada, hasta su muerte, ya anciana, rodeada de sus amigos e incondicionales.

Aquel mismo núcleo de discípulos y seguidores, que conservaron entre ellos el vivo recuerdo de su Maestro, al que consideraron El Ungido --M ssi h--, en hebreo ó Cristo expresado en griego --al que se había condenado a muerte por Zelote, nacionalista rebelde del pueblo judío-- comenzaron a llamarse "cristianos" y a reunirse en "ágapes", o comidas de hermandad, en las que rememorar las diversas secuencias de su martirio.

Como cristianos pasaron a la Historia Universal cuando su extraña filosofía moral, engendrada en las propias palabras del Maestro: unidad en la Fe y en la caridad de unos con los demás y su espíritu comunitario frente al paganismo disolvente, fueron convenciendo a los romanos y a sus autoridades --ya en plena decadencia moral y económica-- que acabaron por adoptarlo como solución y superación de sus propias limitaciones.

LA EMPERATRIZ Elena , --esposa de Constantino El Grande -- quizá la primera mujer cristiana de alto rango, empezó a resaltar la figura de Myriam --María, madre de Jesús-- como modelo de reina y emperatriz universal. Pero serían los Emperadores bizantinos y sus opulentas esposas, quienes maquillaron, enjoyaron y entronizaron a la humilde figura de la Madre de Cristo como si fuera una Emperatriz ostentosa y reluciente, coronada con diademas de oro, mantos lujosamente bordados, collares, pectorales, pulseras y anillos de pedrería, que la asimilaban a la primera dama de la Corte Imperial de Constantinopla.

Desde ese momento, el Cristianismo adoptó la forma política de Monarquía o de Imperio, y transformó las imágenes de sus fundadores para adecuarlas a este nuevo contexto político: la figura de Cristo predicando al pueblo, con una simple túnica y gestos sencillos, se transformó en un Rey de reyes entronizado --como su madre-- coronado y en actitud de Pantocrator todo poderoso.

Los Césares medievales --el Tzar de todas las Rusias y el Kaiser de los pueblos germanos-- adoptaron este nuevo icono de poder y dominio universal, cambiando también la iconografía de Jesús de Nazaret y de su Madre: María, para representarse a sí mismos. El resto de las monarquías surgidas en los diversos pueblos que fueron cristianizándose a lo largo del Medioevo siguieron este mismo modelo; muy especialmente en Hispania, en donde la lucha de sus diversos reyes era contra el Islam, el enemigo natural de los cristianos.

Aquí, la Virgen María estuvo presente en todas las batallas, victorias, apariciones y milagros que tuvieron lugar durante los ocho siglos que duró la Reconquista, y en cada una de estas batallas y apariciones se presentaba más enjoyada, lujosa y brillante, aunque su aparición milagrosa estuviera ligada a tareas agrícolas, ganaderas o a las faenas de la pesca marítima.

Innumerables fueron las metamorfosis de la Reina del Cielo --imitando a las de la tierra-- en las regiones, comarcas, ciudades y pueblos de la variopinta Hispania, apareciendo cientos de reinas, a cual más ostentosas y enjoyadas, aunque la mayoría de sus devotos tuvieran que mendigar limosnas para su sustento. Sus fiestas y rituales se repartieron a lo largo del año, aunque varias de ellas se hicieron coincidir con días señalados de su supuesta biografía: el 8 de septiembre, que se supone día de su nacimiento; la Inmaculada Concepción de María, día 8 de diciembre; la muerte o tránsito de la Virgen, el día 15 de agosto y varias otras festividades --días de toros, verbenas y procesiones-- que coinciden con las fechas de sus apariciones y milagros.