TNto dejas de preguntarte por qué te ha tenido que pasar a ti. Justo cuando ojeabas el periódico y analizabas con mirada reprobadora la fotografía de esos dos chicos besándose después de que el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón , les dijera que estaban legalmente casados, llegó tu hijo, se sentó a tu lado y se lanzó como quien se lanza sin remojarse al agua fría de un río: "Papá, quiero que sepas que soy homosexual".

Tu hijo no hubiera podido darte esa amarga noticia de otra forma, porque quizá tú no le hubieses dejado. Esa cara de malos amigos que sueles poner cuando notas que alguien intenta decirte algo que no te va a gustar es demasiado hosca, delata lo que será tu incuestionable parecer. Al pobre chico le temblaban en exceso las manos de lo nervioso que estaba, pero le echó agallas. ¿Es posible que un maricón pueda ser tan valiente? ¿Es posible que pueda revolverse año tras año entre tus expresiones vejatorias o bufas hacia los mariquitas, esos a los que consideras enfermos degenerados que tendrían que estar encerrados en manicomios?

Piensas en lo que habrá sufrido tu hijo escuchando de tu boca y de otras bocas tantas chanzas dirigidas a los homosexuales, tantos escarnios y desprecios, e incluso agresiones. Tú nunca sospechaste nada porque le educaste como se debe educar a un hombre; y él supo disimular muy bien su inclinación porque sabía que le repudiarías y le harías la vida imposible. Ahora, después de que la gente empieza a aceptar la homosexualidad con naturalidad, te lo ha confesado y le da igual como reacciones, aunque confía en que le entenderás y compartirás con él esa felicidad que siente porque, por fin, no tiene que esconderse de ti. Algunos amigos de confianza ya te habían comentado que habían oído rumores sobre la homosexualidad de tu hijo; y tú siempre decías lo mismo: "¿Mi hijo? Imposible".

*Pintor