El miedo, a la vista de lo que nos cuentan los medios de incomunicación, debe ser rentable y ni siquiera los valientes se libran de él. Porque ser valiente no significa no tener miedo, sino tener miedo y sin embargo continuar haciendo lo que creemos que hay que hacer.

He tenido la suerte de viajar bastante por el mundo. Tal vez, ya sea por ingenuidad o por confianza en la especie humana, he tenido la suerte de no sentir miedo por la presencia del otro. La especie, cuando se relaciona a nivel individual, siempre tiene un mínimo común multiplicador de empatía. Así, tomados de uno en uno, no hay grandes diferencias. Porque todos creemos en algo, todos sabemos lo que es amar, todos sangramos, todos conocemos el valor del arrepentimiento, todos tenemos un punto de humor, un lenguaje de la ternura, un impulso de ayuda mutua.

Pero tomados de grupo en grupo, de civilización en civilización, nos volvemos más incivilizados que nunca. El caso del reverendo Jones y su chantaje es un signo de la debilidad moral de Occidente y una degradación de la función humanista del periodismo. Cuando las páginas del gran circo americano llegan a todo el mundo y se equiparan las soflamas de Jones a las invectivas de Ahmadineyad es que ya no nos queda nada y que la prensa y las televisiones, por un puñado de dólares, están dispuestas a vender su alma al diablo cristiano o musulmán. Los locos son glorificados y a los lúcidos se les silencia. Todo para conseguir que el miedo nos haga pasar más horas ante el televisor.

Jones es el tonto útil de esa historia. Un mero polichinela manejado por los magnates de la información desinformante. Pero algo bueno se ha sacado de esta lección. Ahora sabemos que basta un freaky para paralizar el mundo. Porque nuestro mundo, por más arsenal nuclear y más gendarmes de los que disponga, se lo hace encima ante la posible respuesta de una minoría de musulmanes que sojuzgan por la violencia de las armas y la instrumentalización religiosa a cientos de millones de correligionarios. El islam nos da miedo. Admitámoslo. Tal vez los ejércitos no son la respuesta más correcta.