Cuando las vacaciones de verano se acaban, después de haber agotado el tiempo de ocio dejando en el olvido a sus clases, a sus profesores, y a casi todos los libros y cachivaches que se utilizan en los colegios, los más jóvenes de la casa preparan con ilusión la vuelta al cole.

Han desconectado por completo de las tareas que realizan durante el año, zambulléndose en las piscinas del descanso, donde han buceado para hacer amigos nuevos, vivir experiencias relajantes y «cargar las pilas» para aguantar, de nuevo, el envite del curso. Han podido convivir más intensamente con sus padres, sus hermanos, primos y demás familiares con los que, durante el curso, no tienen las posibilidades de hacerlo por vivir en ciudades muy alejadas de la propia, incluso hasta en países diferentes.

Los días de las vacaciones les han servido para olvidarse de la rutina, no solo de los deberes y las explicaciones de los profesores, sino también de todas las actividades extraescolares y clases particulares que llenan las tardes de nuestros muchachos. Los que ya hace muchos años abandonamos esa tierna edad, todavía recordamos que, si bien las vacaciones de verano se esperaban con un ansia desmedida, no es menos cierto que, cuando se acercaba la hora de volver al cole, se experimentaban sensaciones especiales. El mero hecho de ponerse a forrar los libros y el olor a nuevo que desprendían, aumentaban las ganas de volver y te preparaban para disponerte de nuevo a sumergirte en la algarabía de los pasillos con los compañeros y a estrenar los cuadernos nuevos destinados a las diferentes áreas, materias o asignaturas del nuevo curso.

Sin embargo, mientras la mayoría de nuestros adolescentes están emocionados ante las expectativas de la vuelta al cole, hay algunos que tienen un miedo atroz a volver a pisar las aulas, los pasillos y el patio de recreo de sus colegios e institutos porque temen volver a encontrar un acoso encubierto, muchas veces en el juego, y entre sus viejos y nuevos compañeros.

En el ámbito de las familias deben reconocerse estos casos e inmediatamente ponerlo en conocimiento del centro educativo. Afortunadamente, la administración educativa, junto a la dirección de los centros están continuamente alerta y cuentan ya con protocolos de actuación ante el acoso escolar y con magníficos profesionales que se pondrán en marcha en cuanto detecten algún caso. También existe un teléfono contra el acoso escolar, el 900 018 018 del Ministerio de Educación al que se debe llamar en caso de necesidad.

Los padres de los niños acosados, así como los centros educativos, enseguida se movilizan al detectar el problema, pero son también los padres de los niños que acosan a sus compañeros, los que tienen que preocuparse de que sus hijos no inflijan daño, a veces difícil de reparar, a sus víctimas, que también son niños. Aunque respetando su intimidad, deberían revisar algunos mensajes de sus móviles cuando sospechen que sus propios hijos puedan estar implicados en un caso tan grave que, muchas veces, desgraciadamente, es difícil de reconocer, y, por tanto, muy complicado de atajar.

Aunque en cualquier familia puede haber un niño acosado, en cualquiera también puede haber un niño que acosa. Por ello hay que estar muy atentos en ambos casos para informar inmediatamente a los especialistas y profesionales de los ámbitos educativos para poner solución, antes de que sea tarde, al problema.

De esta manera, cuando llegue el mes de septiembre, todos nuestros niños y adolescentes estarán ilusionados ante el inicio del nuevo curso y ninguno, absolutamente ninguno de ellos, tendrá miedo a volver.