Escritor

Me llamó Sergio Vieira de Mello, soy embajador de la ONU en Irak, pero no me quejo porque era el papel que quería desempeñar, pese a estar en este momento agonizando con el cuerpo inmóvil por una viga que siega mis piernas. No me cae de sorpresa. Tarde o temprano tenía que ocurrir, abandonados como estamos los miembros de la ONU en Bagdad. No he perdido los nervios, ni me he puesto a gritar como un descosido. He conseguido extraer un pitillo del bolsillo de arriba de la camisa y le he dado una chupada honda que me ha llenado los pulmones de un placer indefinible. Después, con mi teléfono móvil, del que no me he desprendido, esperando algún día esta deflagración, he llamado a mi amigo Paul Bremer. La conversación ha sido corta porque, como ya saben, yo he muerto. Yo les hablo mientras agonizo, ya perdida la esperanza. A Bremer no lo he sorprendido. Me ha preguntado cómo estaba y le he contestado que una de las vigas del techo me tenía astilladas las dos piernas y no me podía mover. Pese a esta noticia tan extrema, Bremer no se ha alterado, notificándome que ya había dado las órdenes oportunas. Le he dicho que iba a ser necesaria una grúa para poder levantar mi cuerpo ya desangrado y él me ha contestado que todo estaba controlado como lo hace EEUU, y que ya estaba en marcha el desescombro. Finalmente decidí llamar a mi esposa, a la que tantas veces he mentido que iba a dejar esto tan pronto como pudiera:

--Por el amor de Dios Sergio, no me lo creo...

--Te juro que lo dejo. Se lo he confirmado a Kofi.

--No me lo digas más. ¿Pero Sergio, si gentes como tú abandonáis la ONU, que va a ser del organismo?

--Me consta que hay un español, que está deseando tomar este testigo. Se llama Aznar, y en este momento se está pegando un baño en Menorca. Nos dice que es el último y que después se viene a Bagdad.