XAx la madre Matilde Téllez la ha beatificado el Papa basando su decisión en el siguiente milagro: unas religiosas rezaron a la monja pidiendo la sanación de un banquero italiano al que los médicos daban por perdido después de que algún tipo le metiera unos disparos de bala en el cuerpo, y el banquero sanó; pero ése es un milagro fácil, como rezarle al santo apóstol para que llueva en Santiago de Compostela o suplicarle a la Virgen de Guadalupe por la victoria electoral de Ibarra, son milagros propios de un aprendiz de santo. Cualquiera sabe, desde Quevedo para acá, que a un banquero, si es de raza, no le bastan cuatro tiros, ni siquiera cuarenta, para que abandone un negocio tan rentable como la vida. Me atrevería a decir incluso que, tal como en el caso del banquero italiano de la madre Matilde, no es improbable que un puñado de experimentados médicos lleguen a darlo por muerto y luego tengan que reconocer que estaban en un error. Lo normal en un banquero es que el alma le vuelva al cuerpo por el mismo sitio por donde le salió, sencillamente no la admiten en sus reinos ni los ángeles ni los diablos. Supongo que por temor a que les cobre intereses desmesurados por dejarles su alma en empréstito y a plazo fijo.

Un milagro serio, un milagro digno de un santo que pasa a formar parte del equipo de los galácticos de Dios sería, pongo por caso --y a propósito del Día Mundial del Agua celebrado no hace mucho--, que alguien, y no tiene que ser por fuerza una religiosa, rece con vehemencia para que un santo bondadoso y apañado interceda por esos dos millones de personas --la mayoría niños menores de cinco años-- que mueren cada día en el mundo a causa de enfermedades provocadas por el consumo de agua en mal estado, y que sanen. Ese sería un detalle. Pero ya dice san Dionisio que conocemos mejor a Dios por negaciones que por afirmaciones. Con lo cual nos está dando la fórmula para entendernos con ese más allá que, al parecer, tanto preocupa a los españoles. El más allá es un no rotundo. Dios se manifiesta negando, por eso hay que comprender que muchos políticos sean tan fervorosos creyentes. Por simpatía de ideas. Para ellos, la afirmación es una herejía que las circunstancias obligan a usar en campañas electorales, como esas macetas que sólo se sacan a la calle cuando llueve. Salvar a un banquero está muy bien, incluso puede que en ciertos casos esté hasta justificado, pero estaría mucho mejor salvar de la miseria a toda esa gente que malvive con menos de un euro diario. Algo que clama al cielo, máxime cuando uno se entera que las instituciones de la UE, sólo en traducirse las cartas e informes que se envían los unos a los otros, se gasta más de 800 millones de euros anuales. Para no hablar ahora de armamentos y demás bagatelas.

Alguien debe decirle a las monjas que también deben rezar para que esto cambie; aunque sólo sea, por citar causas poco altruistas, para que monstruos tan terribles como el terrorismo desaparezcan. Al igual que otros muchos que entienden la salud de la humanidad como algo urgente y por encima de prioridades de patrias y banderas, soy de los que opinan que, cuando se palie la desigualdad económica y cultural de los países subdesarrollados, se acabará con esa lacra infame, y con otros asuntos no menores que empozoñan la tierra desde antiguo.

Habría que rezar mucho y muy fuerte para que el sentido común florezca y fructifique; pero no a Dios, que va de su corazón a sus asuntos, sino a los hombres con vocación de responsabilidad; a los políticos, que para eso se les vota y para eso se les paga. Y nada de pedirlo con una Biblia en las manos, sino esgrimiendo un Código Penal y una declaración de derechos.

*Escritor