Pocas veces sucede el milagro, pero pasa. Muy de tarde en tarde --y cada vez menos-- un toro es indultado en la plaza. Sucedió en la pasada Feria de Abril de Sevilla con ‘Orgullito’, de Garcigrande, al que El Juli lidió con maestría en la Maestranza. Con la fiesta nacional mantengo una relación de amor-odio. Pero en los indultos a los morlacos es cuando afloran mis sentimientos más comprensivos con la liturgia de la muerte al astado, precisamente por eso, porque no hay muerte, sino una protección de su vida a ultranza.

Justo Hernández, ganadero propietario de ‘Orgullito’, asegura que los toros indultados cuando vuelven al campo tienen una actitud especialmente arrogante «porque ellos mismos se saben héroes». No me extraña.

‘Orgullito’ tiene fiebre y puyazos profundos, pero todo apunta a que saldrá de ésta. Dicen que los toros indultados pueden llegar a vivir diez años convertidos ya en sementales. Cada temporada se suele indultar una veintena de ejemplares, aunque la cifra se va reduciendo lentamente. Los entendidos hablan mucho de la falta ‘de trapío’, de que la fiesta se está perdiendo por falta de toros realmente bravos.

El toro indultado es el animal que en el imaginario de lo que debe ser un toro-toro cumple todas las exigencias, especialmente en lo que se refiere a la entrega en la lidia. ‘Orgullito’ destacó por «su manera de empujar la muleta», asegura su propietario.

La verdad es que cuando veo en la plaza animal tan noble, hermoso y fuerte, no quiero que muera. Nadie en este encuentro hombre-toro debería hacerlo nunca. Por eso un indulto es una gran noticia, que ojalá se repitiera tanto que dejara de serlo.

Me gustaría que todos los toros de lidia fueran indultados y que la fiesta acabara con alegría para todos sus intervinientes. Pero los que ‘saben de toros’ aseguran que eso es imposible. Una pena. Refrán: Herido está de muerte, quien con sangre se divierte.

* Periodista