Profesor

Hace unos días acudí a una boda en la iglesia de San Juan de Sahagún de Salamanca y recordé uno de los milagros del famoso patrón charro. Como por entonces la gente no podía ilustrar su espíritu con próceres de la cultura del tipo Yola y Pocholo y encima tampoco había fútbol, pasaba mucho tiempo en las iglesias, lo que aprovechaban los eclesiásticos para largarles unos sermones de aquí te espero. Cómo serían los sermones que en una ocasión hasta las piedras se cansaron y de repente una losa se desprendió del techo y amenazó con caer sobre las cabezas de los somnolientos creyentes. El futuro santo elevó sus preces al Creador y solicitó que la piedra se detuviera en el aire mientras se desalojaba la iglesia. No hubo que lamentar víctimas. Pero esas cosas parece que ya no se producen y puesto que estamos en una época tan materialista y cientificista hablar de milagros resulta irrisorio. Si tal suceso se hubiera producido en estos tiempos la gente hubiera deducido que se trataba de un efecto especial fabricado por Spielberg, que era una secuencia de Matrix o en todo caso era virtual. Sin embargo los milagros existen. Por ejemplo, España es un país desarrollado. Que nadie se lo puede explicar dada la tendencia de sus habitantes a la siesta, el cachondeo, la improvisación y a Hotel Glam . Debo confesar que hasta ahora yo nunca había presenciado un milagro. Ni siquiera tenía noticia de que se hubiera producido alguno en mis alrededores, excepto el que el Cáceres CB haya estado diez años en la élite del baloncesto español. Porque Floriano no ha ganado las elecciones y eso sí que hubiera sido un milagro y de los gordos.

Hace unos días recibí un correo electrónico en el que me enviaban un relato melifluo, acaramelado y bienintencionado con la promesa de que si lo enviaba a siete amigos al día siguiente sería favorecido con un milagro. A lo largo de mi vida he sido receptor de varios mensajes similares, unas veces con la recompensa de unos cuantos billetes de cien pesetas, de una peseta en mi adolescencia, o con la advertencia de que despreciar las palabras escritas y no cumplir con sus recomendaciones me conduciría a sufrir la mayor de las desgracias. Puesto que éste venía a través de internet pensé que tendría mucho más valor científico y que por lo tanto las probabilidades de que el milagro me favoreciera serían mayores o incluso totales.

El caso es que obedecí sus sugerencias y se lo envié a siete conocidos colegas internautas que debieron recibir el mensaje con una gran sorpresa, porque uno espera recibir chistes verdes, machistas, fotos de titis desnudas, relatos cachondos y ofrecimientos de sexo en todas sus versiones.

Y el milagro no tardó en producirse. Al día siguiente entré en casa, como de costumbre. Me senté en el sillón, como de costumbre. No me quité los zapatos (zapatones según mi esposa), como de costumbre. Coloqué mis zapatos sobre el cojín que cubría una silla y ¡milagro!, mi esposa no me echó una bronca.