País tornadizo este nuestro en el que un presidente de Gobierno pasa de estar en el pozo a lo alto de las almenas en un santiamén. Basta ganarle a los puntos un debate de fuegos de artificio al jefe de la oposición, él solo y desacertado -el de la oposición, digo- contra todos, y cambiar a tres ministros de la segunda fila, y ya. De pronto, la euforia llega a las playas socialistas, cubiertas hasta entonces con el chapapote del pesimismo. Este lunes asistíamos a las minitomas de posesión derivadas de la microremodelación ministerial; todo, pues eso: en tono bastante menor, que un Ministerio -estos, sobre todo- ya no es lo que era.

Y lo siento por Jordi Sevilla , que era uno de los ministros a los que, desde la distancia, yo más respetaba, porque parecía, en el aspecto exterior y en sus planteamientos de trabajo, como un funcionario socialdemócrata sueco. Probablemente, había otros a los que habría que haber cambiado primero. Pero ya se sabe que JS nunca acabó de llevarse bien con ZP, que es personaje poliédrico al que no se puede llevar, dicen, la contraria.

Conste que este comentario a vuelapluma no va en demérito ni de Bernat Soria -pero ¿qué pinta este señor tan científico en un ministerio que es de gestión? ni de mi ex compañero de periódico César Antonio Molina . Menos aún de la supergestora Elena Salgado , que ha sabido tragarse el sapo de la rectificación, llegada desde La Moncloa, en la famosa Ley del Vino, y ha aceptado el difícil reto de Administraciones Públicas. De Carme Chacón pienso que tiene mucho por demostrar, pero no ha hecho hasta ahora ninguna tontería en su vida pública. Así que no hago críticas nominales; es, simplemente, que hemos entrado en la era de lo mini, porque estamos en la minipolítica, que es la de los gestos y no la de las grandes ideas. Será porque a veces tenemos una miniopinión pública, o publicada, que es más bien veleta, ya digo. Mañana, el hoy glorificado Zapatero puede descender al Averno por un quítame allá esas pajas.